Durante mi circuito entre Estados Unidos y Canadá, pasé por Anchorage para volver a encontrarme con la "civilización" después de haber pasado varios días haciendo senderismo por los parques nacionales de Alaska.
La ciudad de Anchorage en sí no tiene nada de extraordinario ni especial. Sin embargo, es muy recomendable pasar por ella por muchas razones. Si, por ejemplo, necesitas avituallarte, equiparte o hacer algún trámite administrativo, deberás ir a Anchorage.
Si, además, te apetece pasar alguna noche en un buen bar, pásate por el Darwin Theory, donde tendrás buen ambiente asegurado y conocerás gente. Después, sigue a la gente y déjate llevar para descubrir otras facetas sorprendentes de la nightlife local.
Por último, si la misma suerte que yo, quizá te cruces con algún alce paseando por la calle. ¡Son muy habituales y no desentonan con el decorado!
Llegué a Anchorage directamente desde Berlín, pasando por el Polo Norte, es decir, el viaje en avión fue muy bonito.
En Anchorage, me fui aclimatando a la región. Me fui un rato de compras, sobre todo por las galerías de arte inuit, que me encantaron. También me di una vuelta por los alrededores y enseguida me crucé con animales salvajes. ¡Un alce y su cría aparecieron entre las casas! Eso me dio que pensar: ¿vería algún oso más adelante?
Fui al Museo de Anchorage y subí a lo alto de la Flattop Mountain a través de una ruta a la que se accede desde el centro y que tiene unas vistas preciosas de la ciudad y de sus alrededores.
Después, ya echaba de menos apartarme de la civilización: estaba lista para adentrarme más en aquellas tierras y oler el perfume de la naturaleza salvaje y omnipresente.