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Madagascar

Entre dos pueblos de pescadores Vezo

Pierdo la noción del tiempo. Damos un largo paseo en esta pista salvaje, que nos abre las puertas de la belleza natural del semi-desierto de Madagascar. Maltratados por los incendios forestales, los paisajes están llenos de plantas espinosas y de pantanos secos.

Acostumbrados a la llanuras áridas, dejamos a un lado los árboles pulpo y las aves endémicas para adentrarnos en la franja costera de la etnia Vezo, donde el aislamiento geográfico ha hecho que las tradiciones se cristalicen. 

@NowMadNow

Tras la pista salvaje en la costa turquesa

El color de la laguna se traspasa al cielo y las fronteras tierra-mar se diluyen, facilitando la abstracción del espíritu... Helena me saca de mis ensoñaciones con el sonido de sus pies en el agua. Ella gira y baila delante mío. Tras dos días sin ver a nadie más por la zona, empezamos a coger confianza el uno con el otro.

Ella es más tímida que yo. A ella no le gustan las multitudes y desaparece cuando sus amigos irrumpen en mi bungalow azotado por el viento. Los niños hacen payasadas delante de mi cámara de fotos, inflando sus bíceps, enseñando los dientes, el trasero, y poniéndose muy rojos cuando ven que les sonrío.

Cuando me quedo solo, Helena reaparece.

No me pide nada. Ni siquiera chucherías, mi horrible brazalete de plástico antimosquitos, que suele encantar al resto de las niñas.

Todavía no la he oído pronunciar palabra. Sólo con un leve gesto, ella se va para luego volver. Su mirada inquieta parece estar siempre en alerta, sus ojos chispean de curiosidad. Quizá es mi imaginación, pero me parece que ella puede entender mi idioma cuando hablo.

El silencio de Helena

Me encantan los silencios de Helena. Con sus rizos descoloridos por la sal y sus mejillas regordetas de color rosado, esta niña de ocho años es toda una belleza.

Sobre la arena que absorbe los dedos de mis pies, entre briznas de paja, camino sin rumbo. Paso junto a los pescadores vezo, que traen sus redes plateadas llenas de peces. Observo los gestos ancestrales del hombre que talla una goleta en un tronco de madera insumergible. Observo al principiante que cose una vela cuadrada para su canoa, y al niño que retira, muy concentrado, su cubo de agua de la fuente. Helena está siempre ahí y sólo se escapa cuando hay demasiada gente a nuestro alrededor.

Amanecer sobre el Canal de Mozambique

Mi bungalow es ligero, y el viento salado se filtra bajo las persianas. Bajo mi mosquitera, que se parece a un globo, escucho los sonidos largos del viento. Estoy esperando la salida del sol en la playa. El mar ya tiene un color metálico brillante antes del amanecer. Veo la vela amarilla de un canoa que va de regreso a la aldea. Enfrente se halla Mozambique. Helena sigue mis pasos, con sus ojos aún soñolientos.

@NowMadNow

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