Nada más llegar a Sanur, soltamos las cosas en la casa donde nos íbamos a quedar y nos lanzamos a la playa. Todavía estábamos a tiempo de aprovechar la playa antes de que llegara la marea humana, como cada fin de semana.
Hay un problemilla: ciertas zonas de la playa están a veces muy sucias (plásticos y desperdicios). Hay que armarse de paciencia hasta encontrar el «puesto» perfecto.
Cuando se hizo de noche, se nos ocurrió ir a cenar al mercado nocturno. Los puestos desprendían los aromas (a cuál más delicioso) de los platos locales: nasi goreng, martabak, ayam goreng... ¡Se nos hacía la boca agua!
Charlamos, compartimos la comida y nos reímos mucho... La alegría simple y llana de estar juntos. Sanur nos sirvió para revitalizarnos durante el viaje y para cargar las pilas a tope.
Durante mis viajes anteriores, la gente que conocí me ayudó a preparar mi viaje a Bali de forma más organizada que para el resto del sudeste asiático. Bali es muy turístico y no podía permitirme ir en plan mochilero. Sanur es la estación ideal para comenzar la visita a la isla.
Es una pequeña ciudad de la costa este, rodeada por un largo y estupendo paseo marítimo. Los restaurantes ofrecen menús de pescado fresco todo el día. Puedes hacerte un masaje escuchando solo el ruido de las olas y los paseos por la ciudad son relajantes, a pesar de estar llena de tiendas y restaurantes (¡incluso hay un Starbucks!). Bueno, son relajantes si se evitan todas las ofertas de chóferes de taxis y vendedores de ropa...
Lo positivo es que alejándose del centro de la ciudad hay pequeños warungs (restaurantes para los habitantes locales) económicos y de calidad. Los habitantes locales te guiarán con gusto.
Lo negativo es que hay que reservar el alojamiento de antemano, porque a veces los precios son elevados. Es fácil encontrar buenas promociones en Internet.