Mostar, al igual que Sarajevo es una ciudad que despertó en mí muchos sentimientos. Quién puede desistirse a la belleza de su centro histórico, de influencia otomana con sus magnificas moradas de piedra blancas y sus mezquitas encaramadas por encima del río Neretva que corre, turquesa, en la parte baja. Una ciudad, tan bien resumida por su puente, magnífico arco del siglo XVI que conecta las dos partes de la ciudad, mayoritariamente bosnia y musulmana al este y croata y católica el oeste y que fue destruida en 1933, durante un bombardeo de la ciudad.
Destruida como lo fue el alma de Bosnia, la cohabitación pacífica entre los diferentes pueblos, las diferentes culturas de la región. Pues hoy en Mostar, sorprende encontrar una ciudad tan dividida. El puente, antiguamente sinónimo del paso de una cultura a la otra, marca la división de los dos lados de la ciudad.
En resumen, Mostar es una experiencia bella y triste a la vez durante una estancia en Bosnia, pues se ve a hombres capaces de hacer lo mejor y lo peor.