Durante mi viaje a Ecuador, decidí venir para hacer senderismo por el campo, alrededor de la laguna de Quilotoa. En mis retinas han quedado grabados para siempre sus paisajes, que no dejan a nadie indiferente.
La excursión por la laguna a pie tiene una duración de entre cuatro y cinco horas, siguiendo el camino que recorre las crestas de los acantilados. A 3920 metros de altitud, las vistas son impresionantes. Los acantilados que rodean la laguna turquesa, cuyas aguas están 400 metros por debajo de ellos, están extremadamente empinados. Me crucé con numerosas llamas en libertad y pastores regresando del campo. Es necesario caminar lentamente y hacer varias pausas para recuperar el aire. En un espacio de unos pocos minutos, el tiempo cambió bruscamente y se me echó encima una espesa niebla. No veía nada a escasos dos metros de mí y acabé perdiéndome. En lugar de continuar a lo largo de la cresta, me encontré de repente en la ladera de un acantilado sobre un camino muy escarpado. Llegó un momento en que se terminó el camino y prácticamente tuve que escalar. A unos pocos metros, el pasaje era tan estrecho que me tuve que pegar a la pared. Había un espacio justo para que me cupieran los pies. Detrás de mi, 300 metros de acantilado que podían provocar que me diera un gran chapuzón en el agua helada. Seguí por este camino tan estrecho y mi perseverancia tuvo su recompensa, conseguí retomar el camino de la cresta. No hace falta recordar lo prudente que hay que ser en los caminos de los Andes.
Te recomiendo que subas a al cresta al alba. La belleza del paisaje te dejará sin palabras. El cielo se pone tan azul como las aguas del lago. El sol se eleva y su luz colorea la laguna de turquesa. A lo lejos se puede vislumbrar nítidamente el Cotopaxi y los 6310 metros del Chimbonazo. Ese instante es absolutamente mágico.
Estuve dos semanas en Insilibi, un pequeño pueblo cerca del lago Quilotoa, y me las arreglé para no coincidir nunca en el mismo sitio con el pelotón de turistas que se alojaban en mi albergue. Hizo falta un poco de sacrificio. Después de una noche en Chugchilan, salí temprano por la mañana en autobús y llegué al lago a las 5:30 am.
Crucé el pueblecito, que queda entre el camino y el mismo cráter. Por supuesto, a esa hora normalmente no hay ni un alma en la zona, es noche cerrada y hace bastante frío. El cráter, con sus 3 km de profundidad, es impresionante. ¡Y maravilloso! Poco a poco salió el sol y pude apreciar la belleza del lugar. Empezaron a aparecer otros visitantes, entre ellos tres estudiantes de la Universidad de Latacunga, que encuestaban a los turistas. Eran simpáticos. Hablé con ellos un rato y decidí seguir mi camino alrededor del lago. Calculé necesarias unas 4 o 5 horas para hacer el tour completo. No tenía tanto tiempo pero al menos hice una parte.
El agua cambiaba de color según los rayos de sol; un espectáculo precioso. Cuando la temperatura sube un poco, se está muy bien. Tiempo de partir. Aún tenía que encontrar un coche que me llevara hasta Chugchilan y después 4 horas de camino para volver a Insilibi.
Sin duda el paisaje más bello que contemplé durante mi estancia en Ecuador, el cráter del volcán Quilotoa es notable por su color azul turquesa, reforzado por el verde suave de sus escarpadas pendientes. Los colores cambian en función de la luz y de la meteorología por lo que no verás dos veces la misma escena (o la misma foto) si vuelves a otra hora.
Encontrándose su punto más alto a 3.914 metros de altitud, la luz es sublime pero hace frío. Entonces, para no esperar el autobús, hice dedo para volver a Zumbahua. Los lugareños son muy amables y están habituados a ayudar a los turistas frioleros. Dicho lo cual, un falso guardia intentó hacerme pagar una cuota de entrada para ver la vista sobre el cráter, así que cuidado con los engaños.