Situada entre los 1000 y los 1900 metros sobre el nivel del mar, Teherán está dividida entre sus barrios del sur, áridos y poblados, y los barrios del norte, más verdes y ricos. En Teherán se pueden visitar decenas de museos y antiguos palacios. Me gustó especialmente el palacio de Golestán, cerca del Gran Bazar, el museo de miniaturas de Reza Abbasi y el complejo de palacios de Sa’dabad.
Para entender mejor el rol que juega la alfombra en la sociedad iraní, visita el Museo de la Alfombra. Los amantes de las joyas y las piedras preciosas deben visitar el sótano del Banco Central para admirar las joyas de la corona. Y, por último, si te consideras un amante del arte contemporáneo, no puedes perderte la colección de obras de Andy Warhol o de Vasarely en el Museo de Arte Contemporáneo.
Además de sus museos y su frenético ritmo de vida, Teherán también me ofreció algún que otro remanso de paz en sus numerosos y exuberantes parques y en sus rutas de senderismo de Darband y Darakeh. Quienes viajen en invierno, pueden subir al monte Tochal en teleférico para descender por alguna de sus pistas de esquí.
En Teherán encontrarás probablemente la mayor diversidad culinaria del país, desde platos tradicionales iraníes a sushi, pasando por restaurantes italianos e indios. En resumen, una cita ineludible durante un viaje a Irán.