Como otras muchas ciudades nórdicas, Reykjavík irradia un calor característico.
La primera vez que puse los pies en la ciudad, me hechizaron por completo sus fachadas pintadas de colores,su puerto pesquero tan bien conservado, el hermoso lago que ocupa el centro de la ciudad, sus decenas de boutiques de diseño, a cuál más creativa que la anterior, sus restaurantes, con lo mejor de la cocina islandesa, sus museos, que cuentan el pasado, el presente y el futuro de la isla, pero sobre todo, el ambiente distendido y ecléctico de sus bares, entre conciertos islandeses y cerveza local.
Aparte de ser una ciudad muy cultural, se organizan muchas excursiones que salen desde Reykjavík; las más típicas son el Círculo de Oro y la Laguna Azul. Por mi parte, prefiero quedarme en la ciudad para disfrutar del ambiente y estar lejos de las multitudes.
Nada mejor que moverse a pie para descubrirlo todo y disfrutar de una capital a escala humana, animada y cálida.
Descubrir Reykjavík fue para mí una auténtica delicia. Esta capital a escala humana me sorprendió por los numerosos y originales rincones que presenta. Ir a ver la iglesia Hallgrimskirkja me parece indispensable cuando visitamos Islandia. ¡Imponente iglesia de aires místicos, te fascinará de día como de noche!
Elige la época de tu visitasegún lo que tengas pensado hacer allí. De hecho, se pueden hacer más cosas en verano, que los días son mucho más largos: ¡en julio la noche prácticamente no existe! Aunque, por otra parte, en invierno puedes tener la suerte de toparte con auroras boreales.
Eso sí, me parece que no hay mucho más que hacer allí en invierno, así que las excursiones para salir a cazar auroras boreales están al orden del día. No hay nada como este fenómeno mágico e intemporal para darle pleno sentido al descubrimiento de las tierras misteriosas de Islandia.
Basta con dar unos cuantos pasos por el centro para darse cuenta de que en Reykjavík se vive bien, y sus habitantes lo saben. Es una ciudad muy hermosa y limpia, la puerta de entrada ideal para tu aventura en Islandia.
Pasé varios días en Reykjavik disfrutando de su arquitectura, de la riqueza de sus museos, la elegancia de sus estatuas, la limpieza de los parques, su fantástica vida cultural y gastronómica, y de la belleza de su puerto. Reykjavic es el tipo de ciudad donde uno puede sentarse por varias horas en un banco para pasar el tiempo e impregnarse de la atmósfera de la ciudad. Me encantó, una ciudad ideal para una escapada exótica.