No soy una viajera a quien le guste comprar recuerdos. Por contra, soy una gran coleccionista de pequeñas piezas de puzzle, propias de cada país que descubro: trozos de periódicos, etiquetas de productos de consumo local, hojas de especies de árbol endémicas, el logo de una compañía ferroviaria, dibujos hechos por niños o croquis improvisados... Nada glamuroso y por supuesto sin ningún valor comercial.
No obstante, en mi viaje por Madagascar me di cuenta de que este país exaltaba las fantasías de mis familiares, incluso de los menos viajeros entre ellos. Opté pues por cargar un poco más mi maleta para poder llevarles algunas pequeñas cosas significativas o anecdóticas, con el fin de mostrarles la esencia de esta isla única en el mundo.
Esta es, en detalle, mi lista de regalos, la cual quizá inspire a aquellos viajeros que no pensaban traer más que ramitas de vainilla, ron exótico o algunas almejas del mercado de Toliara…
Estos pequeños granos de color gris nos enseñan a ejercitar la paciencia. Hay que dejarlos marinar una semana entera en agua para más tarde ponerlos en una gran vasija, donde puedan desarrollar sus poderosos tallos. ¿Paciencia? Incluso al cabo de tres años, el pequeño baobab muestra un aspecto frágil y raquítico, con un tallo que pierde hojas: su propietario se angustiará, persuadido de que no se está aclimatando a su nuevo territorio. Más tarde, cuando nadie se lo espere, el baobab sufrirá un crecimiento grande e imprevisto, y alcanzará todo su tamaño.
Los pequeños frutos del azufaito son de color rojo púrpura y parecen canicas de acerola: cerezas silvestres aciduladas que los niños malagasy mordisquean al salir de la escuela. Se pueden comprar en los mercados o a lo largo de las carreteras, pero asegúrate de comprarlos bien secos: los míos estaban aún húmedos y se me terminaron pudriendo en la maleta.
Los niños discapacitados de Manakara se encargan de prepararlas: las confituras del Institut Saint-Joseph se venden en toda la isla. Litchi, piña-coliandro, o guayaba-pasión: delicias en tarros que uno mete en su maleta haciéndose la promesa de no desempaquetarlas demasiado pronto.
Artista emblemático cuyos trabajos se exponen a escala internacional: se puede visitar su taller en Fianarantsoa e impregnarse de la fuerza que se desprende de cada una de sus imágenes. Se lo conoce como el "Doisneau malgache", y es admirado profundamente por los pueblos de su isla. Pierrot Men sugiere una visión humanista de sus modelos, sumergiéndonos en un collage de mil profesiones malgaches.