La visita al pueblo de Dingli nos sumergió en la vida de los malteses. Pero lo que nos interesaba más de este lugar eran sus inmensos acantilados del mismo nombre. El contraste de las blancas rocas de piedra sobre el fondo azul del mar nos deslumbró. Los pocos arbustos atípicos aportaban un poco de verticalidad y un toque de verde que complementaban a la perfección el cuadro.
Disfrutamos especialmente de pasear por Dingli en diferentes momentos del día. Durante las horas de más calor, para la explosión de azules, y al atardecer, por sus tonos anaranjados.
Elegimos la ubicación de la pequeña capilla para una sesión fotográfica. Un poco más lejos, hay mesas en las que se puede hacer un picnic y disfrutar de las vistas.
Con este panorama, no es de extrañar que el destino sea popular entre las parejas de viaje de novios.