Fui a Kotor viniendo de Croacia y pensaba que tras haber visto Dubrovnik, la perla del Adriático, no habría ninguna otra ciudad que igualase sus encantos, pero no pasó mucho tiempo hasta que cambié mi opinión. Kotor ha sido una auténtica revelación. Una ciudad realmente fantástica, se extiende por los escarpados montes de una bahía situada entre el mar y la montaña de Montenegro.
Tal vez el casco antiguo de la ciudad no es tan grandioso como el de Dubrovnik, sin embargo la relativa ausencia de turistas te permite disfrutar más de los atractivos de Kotor. Una recomendación, sube hasta las fortificaciones hasta la que domina la ciudad a unos 300 metros de altitud, allí tendrás unas vistas mágicas de la ciudad y los alrededores. Kotor es sin duda alguna una etapa imprescindible en todo viaje por la costa del Adriático.
Durante mi recorrido por Montenegro, me quedé impresionado con la bahía en la que la magnífica ciudad de Kotor había sido construida. El lugar se asemeja a los fiordos noruegos.
Tras pasear por las estrechas y animadas calles medievales, descubrí las diversas iglesias y palacios, así que comencé a subir hasta las ruinas del bastión de San Juan. Visto desde abajo parecía sencillo. Sin embargo los escalones son irregulares, y el ascenso resulta un poco más difícil de lo que mis cálculos me habían hecho creer. El calor mediterráneo del medio día no ayudaba tampoco. Pero una vez en lo alto, menuda vista increíble se tiene de toda la bahía. A 280 m sobre la ciudad, se puede contemplar la ciudad abajo y el mar que juega con las montañas.
Habiendo salido temprano por la mañana de Dubrovnik, en Croacia, llegamos a Kotor por la tarde, después de pasar el día recorriendo el fiordo con sus pequeños puertos.
No habíamos reservado nada, pero fue bastante fácil encontrar alojamiento en casas particulares. En pleno mes de agosto, había muchos turistas, pero al final encontramos a una chica dispuesta a alquilarnos una habitación por una noche. Una vez nos pusimos de acuerdo, hicimos un tour alrededor de las murallas de la ciudad vieja y cenamos en la terraza contemplano el ajetreo de la ciudad.
Al día siguiente nos levantamos temprano para poder visitar la ciudad. Al ser temprano, la ciudad estaba en calma. Nos perdimos por las sinuosas calles adoquinadas, parando frente a la Catedral de Saint-Tripun y de algunas iglesias. Luego nos dirigimos hacia la capital, Podgorica, donde nos esperaba nuestro coche de alquiler... ¡y el resto del país!