San Martín será eternamente la isla de mi adolescencia. Allí fue donde pasé mis años de instituto, de los mejores de mi vida. ¿Cómo podría ser de otra manera, cuando creces a la sombra de un cocotero, todo el día con los pies en remojo?
La isla de San Martín es una esquinita del paraíso donde aprendí un montón de cosas: hacer dedo para llegar en barco al lado holandés y jugar en el casino, comer el domingo langostas a la parrilla con la familia en la playa, darle la vuelta a la isla en una moto acuática, rozar los aviones en pleno aterrizaje en la bahía Maho, aprender a bailar el zouk, beber ti punch como los antillanos...
San Martín es una isla que no conozco como turista, sino como local. Me gustaríavolver algún día y verla con nuevos ojos. ¿Podría ser parando en uno de esos hoteles bonitos que hay a la orilla del mar? Solo espero que no haya cambiado demasiado y que sus bellísimas playas vírgenes lo sigan siendo.