Me encantó internarme en el corazón del viejo Sartène y perderme en el laberinto de callejuelas tortuosas. Las murallas de granito destacan en el valle y le dan un carácter grandioso a este conjunto de enormes fachadas marrones y grises, apretujadas unas a otras, y perforadas de pasajes discretos y estrechos.
Después de la visita a Propriano y de haber disfrutado del mar, la subida hacia Sartène, que tan sólo estaba a 15 km, me ofreció una agradable variedad y unas magníficas vistas del golfo de Valinco que acababa de abandonar. Me llamó la atención por el patrimonio histórico y religioso de la ciudad, que rondaba por los lugares como si fuese un perfume de incomparable autenticidad.
Para rodearte de la vida local, planea pasar un poco de tiempo en la plaza de la Liberación, es el punto de encuentro de los habitantes de Sartène, y es allí donde se desarrolla la vida del lugar.
Merimee ha dicho de Sartène que es "la más corsa de las ciudades corsas". Eso es totalmente lo que se percibe de la ciudad. Ubicada en las alturas, la ciudad parece estar agarrándose a las rocas. Un puente antiguo permite entrar en la ciudad. Al principio podemos contemplar las fortificaciones que rodean a Sartène. Después el paseo por el casco antiguo es un momento mágico. Las empinadas calles y las plazas sombreadas dan ganas de quedarse y deambular.
La iglesia es impresionante, sobre todo cuando conocemos la tradición del Viernes Santo. Expuesta en fotografías, la exhibición del interior de la iglesia muestra la procesión de Catenacciu. Ese día, un penitente atravesaba la ciudad llevando a cuestas una cruz. Nos hacemos una idea de lo que es subir las empinadas calles de la ciudad con las cadenas y la cruz que aparecen expuestas.
Durante un recorrido por Córcega, tendrás que venir a Sartène para intentar entender las tradiciones corsas.