Igual que Chiang Mai es una parada imprescindible en cualquier viaje por Tailandia, Doi Suthep también lo es cuando pasas por Chiang Mai. Doi Suthep es famoso, sobre todo, por su templo. Bueno, prácticamente es lo único que hay. Vale la pena ir, aunque solo sea por alegrarse la vista y por ver el gran fervor de los muchos tailandeses que acuden allí cada día. Varias de las veces que estuve allí, había espectáculos de danza con niñas que bailaban con vestidos tradicionales.
Si sigues subiendo hasta la cima del Doi Suthep, llegarás a los jardines del palacio real de Bhubing. Me impresionó mucho el bambú tan majestuoso que le ofrecían a la reina y que se alzaba un poco más abajo, al lado de la carretera. La visita se realiza siguiendo un itinerario preestablecido.
Para alguien como yo, que vivo todo el año en una ciudad contaminada y calurosa como Bangkok, un poco de naturaleza y de fresquito sientan estupendamente. Además, la montaña de Doi Suthep tiene su propio parque nacional. Soy curioso por naturaleza y di a parar con un arroyuelo, junto al que estaban descansando unos tailandeses. Un poco más allá había una cascada y, al final, otro mirador de Chiang Mai; alrededor, solo naturaleza y paz.
Hay un autobús que llega hasta Doi Suthep desde Chiang Mai. Yo tardé 30 minutos en llegar a los pies de esta inmensa escalera flanqueada por rampas en forma de cabeza de dragón. Antes de entrar al templo ya estaba impresionada por la riqueza de sus adornos. ¡Eran auténticas obras de arte! Después de dejar atrás estas esculturas, me esperaba un largo camino de subida antes de llegar al templo propiamente dicho.
Desde Doi Suthep, las vistas de la ciudad y sus alrededores son sublimos, y el templo, magnífico. Había numerosas estatuas de Buda desperdigadas aquí y allá. Me encontré rodeada tailandeses que iban allí a rezar y a hacer ofrendas. Es un sitio muy vivo e importante para ellos.
Mientras bajaba de la colina, aproveché que el templo estaba cerca del bosque para hacer una ruta hasta las cascadas de Huay Kaew, un agradable lugar donde había muy poca gente, ya que casi todo el mundo se conformaba con ver el templo y se marchaba directamente.