Las islas desiérticas del archipiélago son asombrosas, como también lo es la comunidad Guna.
Pasamos una semana en la isla Tigre, en una de las cabañas con vistas al mar. Las condiciones de vida eran bastante básicas: poca electricidad, sin internet, ni agua corriente, sino tan sólo un cubo para bañarse. Eso no hacía más que aumentar el sabor de la aventura.
Nos esperaba una semana muy especial: la comunidad Guna no deja entrar fácilmente a los turistas en su vida. De hecho, la isla está separada en dos partes: una parte para la comunidad y el 10% restante está reservado a las tres cabañas de turistas. La comunidad tiene unas normas muy estrictas, así que no se puede acceder libremente al pueblo, sino que tuvimos que esperar al guía que nos conduciría hasta allí.
Quieren mantener su civilización y seguir su estilo de vida como han hecho desde hacía cien años. Impresionados y tímidos al comienzo, tuvimos la oportunidad de asistir a varias fiestas del pueblo y logramos familiarizarnos con algunos miembros de la comunidad. Al fin de nuestra estancia dimos un curso de fotografía a los niños del pueblo.
Una auténtica experiencia y un trato único en un entorno impresionante.