La plaza Fö tér, su iglesia gótica y sus casas barrocas, la majestuosa torre de vigilancia contra incendios, los espléndidos hoteles privados de la calle Templom y la sinagoga medieval, una de las más antiguas de Europa: el casco histórico concentra en unas pocas calles casi todas las razones que me hicieron decidirme a comprar un billete desde Budapest-Keleti hasta Sopron.
Ya sé que no es muy original recomendar la visita a la torre de vigilancia contra incendios, pero creo que no te la puedes perder. Imponente, con una altura de 58 metros, a la torre tampoco le falta elegancia con su balcón circular y su cúpula bulbiforme, que no podía ser más más barroca. 1000 forints de entrada, 200 escalones que subir y unos segundos para llegar hasta lo alto: es el precio, nada excesivo, por contemplar las vistas panorámicas de las colinas de Sopron, llenas de turbinas eólicas a lo lejos.
Al avistar el relieve austriaco en el horizonte, ya estaba pensando en mi próxima visita, el memorial del «Picnic paneuropeo» que conmemora la caída del Telón de Acero en 1989. Situado a unos 10 km de Sopron, junto a un antiguo puesto fronterizo, este pequeño recorrido, que me parece muy emotivo, cuenta esas horas históricas en las que los soldados de ambos países decidieron abrir la barrera que separaba el este del oeste desde hacía más de 40 años. Aún se pueden ver algunos restos de alambrada de espino.
Hungría y Austria comparten muchas cosas: el lago de Fertö, clasificado como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, se extiende alrededor de la frontera y en torno a él se construyó un parque natural para hacer rutas en bici, a pie y, por supuesto, en barco.