Porto Novo fue la tierra que me acogió y me encantó vivir allí. En esta dinámica ciudad en la que pululan incontables motocicletas, la hospitalidad de los habitantes de Benin es real. Deja atrás los "yovo"(como llama la gente de Benin a los blancos que viven allí), paséate por la ciudad y no sabrás qué hacer con tanta gente como vas a conocer.
Si eres deportista, no dudes en presentarte a un club para compartir con la población un partido o una temporada (ese fue mi caso con el balonmano). En Porto Novo, el contacto es fácil, la fiesta y la música están siempre en pleno apogeo en cada esquina. Atrévete a comer al borde de la carretera, raramente quedarás decepcionado (a pesar del frecuente exceso de pimienta).
La mezquita, la antigua iglesia de estilo brasileño, el museo etnográfico y el museo Da Silva son lugares interesantes para descubrir durante tu viaje por Benin. A la salida de Porto Novo, el río Ouémé ofrece una bella vista.
La playa de Sèmè-Kpodji, no lejos de Porto Novo, es un verdadero remanso de paz. Una playa desierta (con frecuencia sucia, por desgracia), un mar agitado, pero esta playa ofrece bastante para desconectar del bullicio de la ciudad. A 5 minutos en taxi-moto desde Porto Novo, iba a menudo al mercado de Adjarra, animado y colorido; encontrarás prácticamente todo lo que buscas. Hay muchos productos de artesanía local, cosas para llevarse como recuerdos bonitos.
Desde Cotonou, tomé la carretera en dirección a Lagos, Nigeria. En los bordes de la carretera iban apareciendo escenas urbanas habituales de África Occidental: bidones de agua reciclados para vender gasolina de Nigeria junto a los puestos de frutas y verduras, accesorios de todo tipo para el coche y cargas imposibles sobre las motos o camiones.
Al llegar a Porto Novo esta ciudad me recordaba a Saint Louis en Senegal. Los numerosos monumentos históricos y casas de colores de las calles de la ciudad hacen evocar la época de la colonización portuguesa/brasileña y después francesa. Los colores rojo, amarillo y ocre de las casas pintadas le dan un aspecto cálido a la ciudad. La catedral es el edificio más hermoso, está restaurado y muy bien cuidado, dando testimonio de aquella época.
La vida es más apacible que en Cotonou. Hay un café agradable en el lugar frente a la Asamblea Nacional, en el que hacer una pausa. La visita del jardín de plantas de Porto Novo es muy grata, y cuenta con una vegetación exuberante: calabazas, café, cacao... y monos en libertad, que se acercan a comer unas bananas.
Para terminar el día no hay nada mejor que cenar a orillas de la laguna un pescado a la plancha y disfrutar de las vistas desde las alturas, antes de dirigirse el día siguiente por la mañana a los pueblos que bordean el lago en piragua.
Es agradable pasar un día paseando por esta ciudad, sobre todo haciéndolo de forma pausada.