He conocido esta ciudad al bajarme del crucero que me traía desde Ushuaia, en Argentina, pasando el cabo de Hornos y el canal de Beagle. Por tanto, he descubierto Punta Arenas desde la costa y pronto me he fijado en sus casas de colores, que se iban dibujando a medida que nos acercábamos a la orilla.
Me han gustado los preciosos edificios de estilo francés construidos alrededor de la plaza principal a finales del siglo XIX y principios del siglo XXI. Se nota el aura de un pasado glorioso, una edad de oro en los tiempos en que el canal de Panamá aún no existía. Punta Arenas era un puerto de paso obligado en la ruta entre los océanos Atlántico y Pacífico.
Punta Arenas es la puerta de entrada al famoso parque nacional de Torres del Paine, uno de los más conocidos del continente sudamericano y un paraíso para los aficionados al senderismo. Para ir al parque es necesario tomar el autobús en dirección a Puerto Natales.
Punta Arenas es la capital de la provincia de Magallanes. Es una ciudad desarrollada y bastante moderna, pero no merece la pena dedicarle mucho tiempo. Es el lugar de llegada a la Patagonia de numerosos turistas, pero abandonamos la ciudad en cuanto llegamos. Yo tan solo me he quedado unas horas, como muchos otros. En el fondo, considero que es una ciudad de paso durante un viaje por Chile.
Una vez dicho esto, recuerdo que en la ciudad reina una atmósfera bastante particular. La ciudad no tiene un gran interés en sí, a parte de la Plaza de Armas y el precio de los materiales para el frío (que son bastante atrayentes). Sin embargo, en Punta Arenas se empieza a sentir el helador frío del sur, el viento estremecedor, el lado sombrío y ligeramente siniestro de las nubes que se acumulan... Allí empezamos a ser conscientes del lado hostil que puede tener la naturaleza de esta región.