Imagínate una carretera de montaña que te lleve justo a un castillo enclavado en un valle rodeado por elevadas cumbres, enganchado a un acantilado, con sus torretas elevándose vertiginosamente desde sus altas torres de piedra. Imagíntae también que te reciben en ese pequeño pueblo por un agente de bienvenida que te indica el aparcamiento (pagando) entre las decenas de autobuses de turistas, y que en tu camino hacia el castillo atraviesas una senda llena de tiendas de recuerdos kitsch...
Aquí tienes las dos realidades de Bran, esta ciudad inmortalizada por el libro de Bram Stoker y su Drácula, insipirada en el habitante más popular del castillo (que por otra parte no podría haber habitado nunca el entorno...): Vlad Tepes. Una experiencia a primera vista imprescindible en un viaje por Rumanía, pero que tal vez podría echar para atrás a los viajeros más independientes.
El castillo de Bran es turístico, por lo que no podrás disfrutar del lugar sin estar rodeado. Al llegar a la entrada del castillo, muchas tiendas para turistas te estropearán un poco el decorado. La visita de este castillo es agradable, las 30 salas por descubrir no tienen mucho interés pero recorrerlas es agradable. El patio interior fue un lugar que me pareció particularmente encantador. Las bellas puertas esculpidas, muchas en el castillo, merecen que las eches un vistazo.
Sin embargo, una solo un sala tiene la efigie de Dracula; sino no hay nada especial que recuerde esta leyenda y es una pena porque la gente viaja a Bran, sobre todo, para ver el castillo, ya que es el de Drácula. Me decepcionó un poco pues iba para conocer la historia de Drácula y sumergirme en ella, y ese no fue el caso.
Los alrededores del castillo y el valle que lo rodea son encantadores. Hay bellas montañas para explorar: los montes Bucegi y Piatra Craiului en pleno corazón de Transilvania. Si duermes en la región, los habitantes podrán aconsejarte algunas rutas. Debido al atractivo turístico suscitado por el castillo hay muchas pensiones y tabernas en Bran