Declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO, Cuenca tiene una gran historia, que se remonta a la época precolombina. En aquellos tiempos estaba ocupada por el pueblo indígena de los cañaris. Más adelante, los incas trataron de convertirla en una ciudad similar a Cuzco, en Perú. Bautizada como Guapondelig y años más tarde como Pumapungo, adquirió el nombre de Cuenca en el siglo XVI y acabó convirtiéndose en una próspera ciudad agrícola. Sus casas me recuerdan un poco a las villas mexicanas. Aquí El Zócalo se denomina Parque Calderón y esta flanqueado por la Catedral y la Corte Superior de Justicia. Las fachadas tienen una rica decoración y son magnificas. Algunas están muy coloreadas y otras muchas construidas con roca volcánica. Esta ciudad es una joya que no puedes dejar de visitar en tu viaje a Ecuador. Además, la leyenda cuenta que durante la era inca, los edificios estaban construidos en oro. Para descubrir Cuenca, lo ideal es caminar sin rumbo por sus calles, vagar por sus parques, admirar sus bonitas fachadas y deambular por los pasillos de sus numerosos mercados.
Pero si hay algo que ha hecho famosa a la ciudad de Cuenca, es la producción del famoso sombrero panamá. Aproveché mi estancia para visitar una fábrica y una tienda de reparaciones. Algunos cuestan más de 1000 $ por lo que sus propietarios los conservan a lo largo de toda su vida. Los ecuatorianos prefieren dejar sus sombreros viejos en manos de los artesanos expertos para que hagan milagros y se los devuelvan en perfecto estado, a comprar uno nuevo cada vez que se les estropea el suyo. En cualquier caso, la visita a uno de estos talleres es apasionante.
Y no me refiero al clima. Sin que lo veas venir, te bombardearán con globos de agua al salir del autobús. Cuando te metas en el hotel para cambiarte, pensarás que ha sido un caso aislado, pero, en cuanto salgas, empezarán otra vez. Esta fue mi primera experiencia en la ciudad de Cuenca.
Al año siguiente volví ahí para reunirme con una amiga y pasar juntos la Semana Santa. La cosa ya no iba de globos de agua, sino de visitar iglesias (siete durante toda la semana) y de probar los cobayas, el plato tradicional en las fiestas de Ecuador.
Aunque suene irónico, te aseguro que me encantó mi estancia en Cuenca.
Estaba muy emocionada por llegar a Cuenca, pues me habían hablado muy bien de este lugar. Tengo previsto quedar dos días, uno de ellos para visitar el Parque Nacional El Cajas, pero al final no tuve más que un día para visitar la ciudad.
Comencé con el centro histórico, con sus antiguas casas coloniales, sus numerosas iglesias y la catedral de la Inmaculada Concepción en la plaza principal, al pie de la que se encuentra el mercado de flores.
Hace un poco más de calor que en el resto del país ("solo" estamos a 2500 m de altitud), con lo que me atrevo con una camiseta sin jersey, es agradable y la ciudad tranquila. Una pequeña vuelta en el mercado para una comida rápida por 2 dólares, con un buen zumo de frutas muy apetecible y me alejo un poco del centro para visitar el resto de los barrios. La plaza San Blas, donde tomo una mousse de fruta de la pasión de la que todavía me acuerdo (¡deliciosa!) y la ribera del río Tomebamba donde han construido un pequeño paseo peatonal. Cuenca, una etapa agradable, pero ¡a la que le falta un poco de animación para mi gusto!