La lucha de los mozambiqueños para obtener la independencia del país fue larga y sangrienta. Además, el país también sufrió divisiones internas durante mucho tiempo así que es fácil comprender la tentación actual de permitir el abandono o la destrucción de un patrimonio arquitectónico que, sin embargo, es digno de admiración.
La Isla de Mozambique, al sur de Nacala, fue el primer lugar que pisaron los portugueses. Esta isla estaba situada en el lugar perfecto para comerciar con las Indias así que los navegantes establecieron en ella una sede comercial. De esta forma, aquí se realizaba la compra-venta de mercancías, entre las que tristemente figuraban a los esclavos. Más tarde, los portugueses la convirtieron en su primera capital colonial.
Hoy en día, las construcciones que se conservan de esa época –la fortaleza de San Sebastián, una capilla de estilo manuelino, las casas de comercio, las calles empedradas...–, están descuidadas y se deterioran rápidamente. Unesco les otorgado el título de Patrimonio Mundial para favorecer su mantenimiento. Al igual que en el continente, las autoridades y más frecuentemente los particulares, algunos de ellos europeos, se esfuerzan en restaurarlas para preservar la arquitectura original.
Aunque algunos monumentos de los siglos XVI, XVII y XVIII todavía pueden visitarse (como el Palacio del gobernador, con la fachada roja, en la isla de Mozambique, que data de comienzos del siglo XVII), la mayor parte de los vestigios arquitectónicos coloniales son de finales del siglo XIX y principios del XX. En Beira (antes llamada Nova Sofala) y en Pemba (Porto Amelia), en el centro de la colonia de asentamiento, en Maputo (Lourenço Marques) y también en el interior del país hay pequeñas ciudades y pueblos con elegantes monumentos y palacetes que todavía conservan sus fachadas blancas o de colores, columnas, arcadas, plazas, azulejos decorativos…
La mayoría de los edificios oficiales construidos durante el periodo colonial siguen estando en servicio, como el mercado central (1901), la oficina de correos o la estación de ferrocarril (1908) de Maputo y la catedral de Beira. Los palacetes más sencillos, aunque también bellos, suelen ser objeto de debate: ¿habría que restaurarlos, con el coste que esto implica, o sería mejor destruirlos para distanciarse de un pasado incómodo?