Tuve la ocasión de llegar a Ilhabela en velero durante mi visita a Brasil. Atracamos en un amarre en el puerto de la isla, donde un simpático marinheiro nos anunció que teníamos derecho a cuatro días gratis y que él nos llevaría a tierra en su barco. ¡Genial!
Por la mañana, tomamos un autobús que nos llevó hasta Perequé. Es algo así como el pueblo principal de la isla. Estaba nublado, y la lluvia nos empapó al salir del autobús. Afortunadamente, hay un restaurante de autoservicio cerca y pudimos comer allí. No lo lamentamos, ya que el bufé es magnífico y un auténtico regalo tanto para la vista como para el paladar.
Para cuando salimos, había dejado de llover y pudimos irnos a pasear por el pueblo. Hicimos algunas compras y regresamos a Praia da Vila.
Gracias al barco, pudimos descubrir las playas inaccesibles por carretera y disfrutamos de unos paisajes salvajes. ¡Hasta los delfines vinieron a saludarnos!
Desde la llegada Saõ Sebastiao para tomar el barco, supe que IlhaBela sería una de mis lugares favoritos. Los 15 minutos en barco que separan la isla del continente bastaron para dejar tras de mí el estrés de Sao Paulo, donde vivía en aquella época.
Si bien el barrio del desembarcadero no nos da la mejor imagen de la ciudad, es caminando por las calles principales cuando pude descubrir las impresionantes playas casi desérticas. La sosta sur de la isla, popular entre los aficionados a los deportes náuticos, está mucho más frecuentada de turistas a mi gusto. Por el contrario, la zona norte, a la que solamente se puede acceder en 4x4, nos permite descubrir la playa de "castellos", con mucho la más hermosa de Ilhabela. Atención, no se puede ir a esta parte de la isla sin un guía.
En esta parte de la isla tan poco frecuentada y con escasas infraestructuras, mi guía me ayudó a encontrar unas cascadas en las que nos podemos bañar... Un auténtico soplo de aire fresco antes de regresar al centro de la ciudad de la isla en la noche, donde hay numerosos bares y restaurantes, en especial en temporada alta (juliio/agosto).