Pasé por Dospat un día de lluvia, cuando viajaba de Batak a Smolyan. Me pasé toda la mañana inmerso en aquel ambiente de lagunas de altitud, bosques de abetos negros, camiones cargados de cítricos y pueblos de pomacos (búlgaros musulmanes) donde el blanco de las mezquitas atraviesa el negro de los abetos.
De repente, el paisaje se abre y te encuentras con un embalse inmenso que se extiende vertiginosamente ante ti, al mismo tiempo bello e inquietante. La pequeña localidad de Dospat es el primer esbozo de civilización en muchos kilómetros a la redonda. Se concentra allí, en lo alto, dominando cómodamente el embalse. Eran cuatro callejuelas medio estropeadas, algunos edificios modernos y, en conjunto, un ambiente bastante destartalado. No obstante, tenía para ofrecerme un plato picante y riquísimo en un comedor popular donde los lugareños, curiosos y acogedores, entablaron conversación conmigo en menos que canta un gallo.
La mezquita fue el único edificio que me llamó la atención. Es una localidad sin nada de particular, en pleno territorio pomaco, pero tiene un carácter muy marcado: el de aquellas tierras altas y solitarias, cubiertas de bosques y lagunas, el de aquella minoría religiosa que se ha mantenido ajena a la modernidad. Es una parada interesante y significativa a nivel humano.