La República checa es uno de los estados más jóvenes del mundo, que solo ahora entra en la edad adulta. Quizás es por eso que mientras nos paseamos por sus calles, respiramos la juventud y el dinamismo. Un poco lo contrario de la seriedad de la aristocracia de siglos pasados.
Su capital, Praga, es una ciudad de cuento comparable a Brujas o a Cracovia. La que fue un día referencia mundial de la creación literaria revolucionaria es hoy una ciudad majestuosa en la que podemos adivinar los pasos de Kafka. No dejes de visitar el barrio judío, la casa danzante, el reloj astronómico y el famoso puente Carlos, que separa los barrios de la ciudad vieja y Malá Strana (la Ciudad Pequeña). En lo alto de la colina, se distingue el castillo de Praga, que domina toda la ciudad. En el barrio del mismo nombre, verdaderamente deslumbrante, encontramos numerosos palacios, conventos, parques y jardines que te dejarán un recuerdo imperecedero.
Incluso si la mayoría de la gente tiene tendencia a reducir el país a Praga, la República Checa es bastante más que eso. Podremos citar, por ejemplo, las otras grandes aglomeraciones cargadas de historia como Karlovy Vary, Brno, Kromeriz... Pero sobre todo podremos hablar de Kutná Hora, protegida por la UNESCO por los restos de sus importantes minas de plata y su monasterio, de Nizbor por sus cristalerías o incluso de Hluboká nad Vltavou por su impresionante castillo.
Justo al lado de Praga, encontrarás el castillo fortaleza de Karlštejn, verdadera joya de la Bohemia del sur. Esta región es la que tiene más cosas que ofrecer desde un punto de vista arquitectónico y cultural. Nombraremos České Budějovice, Český Krumlov y Jindřichův Hradec como destinos que merecerían ser más conocidos. ¡Ve allí si buscas más calma que en Praga! Para los amantes de la naturaleza, toma la dirección del bosque de Bohemia, que está en la frontera con Alemania y Austria.