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Madagascar

Descenso del río Manambolo



En busca de aventuras

Tras visitar algunas zonas de la isla a la manera “clásica”, decidí que en mi próxima estancia iba a descubrir el oeste del país de un modo másoriginal. Hablé con mis amigos malgaches mientras tomábamos algo en un bar y les pedí algunos consejos para mi viaje de aventuras.

Como son biólogos, están acostumbrados a utilizar los ríos para recorrer los lugares más inaccesibles del país durante sus misiones científicas. Me recomendaron el descenso de un río aún muy poco frecuentado que discurre por la parte oeste de la isla y desemboca en el canal de Mozambique: el río Manambolo.

Me puse en contacto con uno de los pocos guías que ofertan esta expedición y acordamos el día para comenzar la primera etapa: Antananarivo-Tsiroanomandidy.

Inicio de la ruta

La primera jornada se desarrolló en carretera, en la parte trasera de un taxi-brousse que me llevó a la ciudad de Tsiroanomandidy. Las bonitas montañas de Imerina van dejando poco a poco lugar a valles menos escarpados y más áridos. El oeste asoma

Al día siguiente, preparamos nuestras provisiones y abandonamos la ciudad para tomar otro taxi-brousse, que tras varias horas recorriendo una carretera llena de baches nos llevó hasta el pueblo de Belobaka. Comimos bien y retomamos la marcha.

El acceso a la ciudad de Ankavandra, desde donde se comienza el descenso del río, merece realmente la pena. Desde la capital hay que recorrer un trayecto que dura alrededor de un día en vehículo motorizado y luego 3 días de caminata. Es posible llegar a Ankavandra directamente en avión. No obstante, te aconsejo la ruta terrestre, ya que atraviesa por unos paisajes asombrosos que sería una pena que te perdieras.

Una magnífica ruta para descubrir el oeste

Iniciamos el camino a través de las montañas del oeste. Esta caminata no es demasiado complicada y no requiere un excelente estado de forma física, pero se realiza a un ritmo constante, por lo que se lo recomiendo más que nada a los amantes del senderismo. Los paisajes son espectaculares. El relieve es muy suave y tan pronto como se llega a la cima de cualquiera de los cerros, se puede observar un mar de colinas que se extiende hasta el horizonte tras el que el sol se pone.

Por la noche, se puede pernoctar en las márgenes de los ríos que atraviesan el paisaje y que discurren por los contrafuertes de los montes esculpidos por los lavakas, unos “agujeros” que se forman en las colinas. Son característicos de los paisajes de Madagascar, pero este término ha trascendido y se utiliza internacionalmente para designar cualquier hundimiento de terreno debido a la erosión.

Tras tres días de caminata por este bonito paisaje de soleados valles de pastos, el pueblo de Ankavandra se alza tras la larga pendiente que permite abandonar el altiplano y llegar a las riberas del río.

Llegada al Manambolo

A día siguiente, comenzamos el descenso del ríoen unas piraguas muy largas que sin embargo me daban la sensación de que fueran a volcar en cualquier momento. Pero no había nada que temer, incluso aunque vayan muy cargadas son muy estables y no vuelcan nunca. Durante tres días navegamos tranquilamente por el río al ritmo de las corrientes, deteniéndonos en las márgenes para comer. Los peces que pescábamos en el río nos servían de suplemento a las provisiones que habíamos preparado en Ankavandra. Por las noches, dejábamos las piraguas en las playas de arena blanca que bordean el río y dormíamos en una tiendas que levantábamos entorno a una hoguera.

De las verdes llanuras por las que el río discurría con un caudal muy ancho, el paisaje iba cambiando poco a poco y comenzaban a aparecer los primeros acantilados. En ese momento nos adentramos en el macizo de Bemaraha.

Llegada al altiplano de Bemaraha @Hoffmann Simon

Un río que esconde sorpresas

Más adelante, continuamos descendiendo por el río, que se iba estrechando rodeado de inmensas paredes de roca contra las cuales resonaba el canto de las aves. En las zonas donde la vegetación conseguía crecer en la roca, pudimos observar familias de lémures saltando de rama en rama.

Al girar en una bifurcación, llegamos a una parte del río en la que las aguas turquesas permitían ver el fondo. Tras navegar un poco, descubrimos un conjunto de piscinas naturales rodeadas de grandes árboles que crecían en las paredes de roca. El agua estaba fría pero era difícil resistirse a darse un chapuzón en un paraíso natural como este...

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