Durante tu viaje por Irlanda, podrás contemplar la belleza y la sencillez de la naturaleza. Con sus verdes praderas, sus acantilados y sus islas, enseguida comprenderás de dónde le viene el nombre de «Isla Esmeralda». Los acantilados de Moher forman parte de las joyas del país.
La visita comienza por la torre de O'Brien, que domina el Atlántico. Después podrás caminar bordeando los 8 kilómetros de acantilados, lo que te permitirá apartarte de la multitud y no sentirte agobiado. En efecto, este es el sitio más visitado del país, pero uno no se siente agobiado, sino todo lo contrario.
Me encanta pasear por allí, contemplar las vistas, oler el mar y sentir la brisa en la cara. ¡Es un placer! Era ya hora de volver y de casualidad pude ver las islas Aran a lo lejos. En estos acantilados de vértigo, a veces el viento es fuerte y frío, así que llévate algo de abrigo para protegerte.
Me encantó disfrutar del paisaje, pero la afluencia de turistas en temporada alta estropea ese lado tranquilo y salvaje que tanto me gusta de Irlanda. Si vas temprano por la mañana podrás verlo con más tranquilidad y, si eres aficionado a la fotografía, además tendrás una luz más bonita.
Debido a su gran popularidad, el sitio está equipado con un parking que facilita su acceso. También se construyó un museo subterráneo para no desnaturalizar el paisaje, que nos explica como se han ido esculpiendo los acantilados a lo largo de los últimos siglos.
Me gustó hacer esta visita, en la que aprendí mucho sobre la geología de la región y su entorno. Es un pequeño recordatorio de la fragilidad del ecosistema de los acantilados que no hay que olvidar durante la visita.
Los irlandeses te dirán que son los acantilados más altos del mundo, pero esta información todavía está por verificar... En todo caso, son los más altos de Europa.
Los amantes de la naturaleza quedarán cautivados con los acantilados de Moher. Por cierto, no esperes ser el único turista en el lugar ya que este es el paraje natural más visitado de Irlanda y, además, la entrada es de pago. A mí, estos paisajes me impresionaron enormemente y pasé varias horas allí, haciendo fotos o simplemente contemplando cómo rompen las olas contra estas pendientes vertiginosas que se extienden a lo largo de 8 km y se elevan hasta los 214 m de altura.
Cuando visité los acantilados de Moher hacía un tiempo horrible, con ráfagas de viento y llovizna irlandesa, sin embargo, en mi opinión, este percance acentuaba aún más el encanto del lugar.
Viví en Irlanda durante más de 3 años y cada vez que venía alguien a verme, amigos o familiares, les llevaba a ver los acantilados de Moher. Por eso me he vuelto reacio a pagar el aparcamiento para turistas que hay a la «entrada de los acantilados». Si no te importa andar 20 minutos (y tienes tiempo), te recomiendo que sigas conduciendo un poco más y que aparques en las praderas, donde no impedirás la circulación de los coches ni de los tractores de los habitantes de la zona.
Los acantilados son impresionantes y son fácilmente reconocibles en foto, por lo que constituyen un recuerdo maravilloso que llevarte a casa. Por desgracia, es un emplazamiento muy turístico y eso hace que pierda parte de su belleza natural y de su autenticidad. En la entrada verás un lugar cubierto en el que podrás comer y leer información sobre el paraje natural. Es el único sitio en el que podrás comer en varios kilómetros a la redonda, pero dudo de que te vayas a encontrar una buena relación calidad-precio. Si puedes, come más tarde en otra parte.