Es el mejor emplazamiento para comenzar o terminar una expedición al Parque Masoala, una de las reservas naturales más ricas de Madagascar. Antalaha constituye una etapa muy agradable e interesante en el noreste de la isla.
Si optas por hacer el viaje en avión, sobrevolarás una naturaleza que se pierde hasta más allá del horizonte y que linda con un océano turbulento, siempre que el cielo sea clemente y no te sorprenda con una tormenta. La península es conocida como la “costa de los ciclones”, además de como la “costa de la vainilla” y la“costa de los piratas”.
Sin embargo, si has optado por la vía terrestre desde Cap-Est o desde Ratsianarana, el pueblo en el que termina la carretera antes de llegar al camino del Parque Masoala, que es accesible exclusivamente a pie, tendrás que afrontar un exigente trayecto de un día en taxi-brousse. Sin embargo, te garantizo que tendrás encuentros muy interesantes y que disfrutarás de un viaje lleno de aventuras.
Tendrás, por ejemplo, la ocasión de observar a los copilotos del conductor de tu “bâché” (que normalmente es una pick-up de la marca Peugeot) facilitar el paso tapando los baches de la carretera y recolocar las tablas del vehículo durante el trayecto. También atravesarás ríos con la ayuda de una gran pértiga que se usa hacer avanzar el vehículo y su carga en unas balsas improvisadas. Y, por su puesto, te impregnarás de la idiosincrasia local: ¡la lentitud y la paciencia con la que se desarrollan las escenas cotidianas de la vida rural del pueblo costero de Betsimisaraka es algo que no olvidarás! Al salir de la selva, te encontrarás con la pista del aeropuerto de Antalaha, escondida entre una exuberante vegetación.
A priori, Antalaha se presenta como una aldea demasiado tranquila, pero bastante agradable. El mercado, que se limita a un perímetro muy reducido, suele estar muy poco animado y lo cierto es que carece de interés. Pero Antalaha cautiva a sus visitantes sobre todo por su proximidad al mar, a pesar de que su costa es más propicia para el atraque de barcos, principalmente de veleros, más que para una estancia vacacional de sol y playa.
Tras la pesca en sus aguas rebosantes de peces, que constituye una de las principales actividades de la población costera, Antalaha se ha especializado en la construcción naval artesanal, una tradición familiar que se transmite de generación en generación. Actualmente, se siguen utilizando sus embarcaciones a motor para transportar mercancías por vía marítima con destino a otros pueblos costeros, entre ellos Tamatave (Toamasina).
Antalaha alcanzó una gran prosperidad tras la finalización de la colonización francesa gracias a la construcción de su puerto. Esta pequeña ciudad, que parece estar en el fin del mundo, ha sabido sacar provecho de su posición estratégica a través del intercambio comercial, ya que por ella pasa más del 50% de la producción mundial de vainilla desde la segunda mitad del siglo XX. A lo largo de la bahía, en la costa, se alzan varias fastuosas casas de arquitectura colonial con vistas al océano. Son un claro ejemplo de los grandes beneficios económicos que reportan tanto la explotación como la exportación de esta caprichosa orquídea. Antalaha exhala un aroma permanente de vainilla.
Introducida en la isla de Madagascar en 1881, la “vainilla Bourbon” adquirió rápidamente un lugar destacado en la producción mundial hasta los años 80, gracias a que goza de un terreno favorable para que crezca y desprenda su mejor aroma.
Lamentablemente, en la actualidad la Gran Isla afronta grandes dificultades para responder a una demanda mundial que no deja de crecer. Con la industrialización de los helados de vainilla y la Coca Cola de vainilla, la producción local no es suficiente para responder a la demanda de consumo mundial. La inflación amenaza de nuevo la economía malgache.
Si deseas visitar un taller de transformación de la vainilla, debes emprender una auténtica caza del tesoro. De hecho, a pesar de ostentar el título de “capital de la vainilla”, Antalaha no posee ninguna infraestructura turística (por ejemplo, no tiene museos). Por lo tanto, esta visita responde a una curiosidad típica de los occidentales. Sin embargo, los empleados te desvelarán la receta de este perfume divino con una sonrisa en los labios y sin ningún pudor.
Una vez que conozcas su secreto podrás darte un homenaje degustando una langosta en el restaurante “Corail”. Sam, el propietario, te servirá cerveza fría y su ron condimentado durante una apacible velada marcada por la despreocupación y la tranquilidad, a imagen y semejanza de esta comarca perdida entre la selva y el océano.