Yo llegaba de Georgia. Había pasado por Trebisonda y Erzurum. Al llegar a Kars, tuve la impresión de haber vuelto al Cáucaso. Primero, por el aire ruso del centro de la ciudad, de trazado ortogonal y construido en la época colonial, con la piedra volcánica negra local y decoraciones neoclásicas de fantasía.
Después, por la extraña sensación de antigüedad que desprendía el sitio, que parecía como anclado en el tiempo. También había leído Nieve de Orhan Pamuk, que se desarrolla en Kars y buscaba esa vieja ciudad que supuestamente tenía un gueto curdo. ¡Había sido en parte arrasada desde entonces! Aún se puede ver muy bien el emplazamiento de la ciudad antigua, a los pies de la pintoresca e imponente fortaleza, sobre un meandro escarpado del río.
Todavía quedan restos de la antigua Kars: viejos baños, iglesias armenias en ruinas, casas deterioradas (algunas de ellas restauradas), una iglesia restaurada y reconvertida en mezquita, otra mezquita... El sitio es muy pintoresco y enseguida te sentirás como un arqueólogo en prácticas. Por lo demás, Kars tiene un ambiente especial, casi insular. Sobre todo me acuerdo del viento removiendo el polvo por todas partes, penetrando en las calles. También recuerdo las geniales lokantassas donde probamos unos adana kebab deliciosos.