Tagong está construido alrededor del monasterio de Lhagang, muy característico. Es una lamasería que combina el estilo tibetano con el estilo han. Es un milagro que escapara a la Revolución Cultural. El templo ha llegado en perfecto estado hasta nuestros días. Y también sus torres, que le dan al espacio un aire de grandeza.
El templo es un placer para los ojos de los visitantes, pero también las montañas que lo rodean, y las llanuras de tonos grises que hay un poco más allá.
Cada año se celebra el festival del caballo ("Saima") en un valle que hay cerca de Tagong. Seguí el consejo de la gente de allí: hacer en coche la primera parte del trayecto y luego seguir a pie. La fila de gente llegaba hasta un pueblo chiquitísimo que había en la ladera de la montaña. Es una hora larga de marcha para llegar hasta el otro lado, donde nos esperaba el espectáculo.
Fue durillo, pero valió mucho la pena hacerlo andando. A los de fuera nos cuesta un poco mantener el aliento, pero no pasa nada, ¡es lo más normal! A cuatro mil metros de altitud, no es nada raro que nos falte un poco de oxígeno.
Al llegar vi a cientos de nómadas tibetanos, que ya se habían instalado. Iban con traje y a caballo alrededor de sus carpas blancas. Muy cerca de ellos había yaks.
A los nómadas no les molesta que vaya gente de fuera. Están bastante acostumbrados a los occidentales. No tengas ninguna reserva en aceptar sus gestos de hospitalidad, alegres y generosos. Les gusta compartir su comida con los visitantes. Hay una barrera lingüística inquebrantable, pero las sonrisas delatan el verdadero placer del encuentro.
Las actividades del festival están en plena marcha y poco a poco el público se va acumulando. Los caballos se preparan. ¡En unos instantes, tendrá lugar una gran carrera! Los jinetes salen en busca de unas tablillas de madera numeradas que deberán llevar al centro. ...A la vez que tú descubres auténticas proezas de caballería. Son unos desfiles excepcionales. Los ves ir y venir, trayendo fulares y manzanas. Después hay cantos y bailes tradicionales, que aportan un toque de buen humor. Fue un gustazo ver a aquellos tibetanos transmitir su cultura ancestral.