¿Hay algo más misterioso que una geisha? ¡Tras su maquillaje, peinado y kimono tan sofisticados, las geishas - o geikos (como se las llama en Kioto) - ocultan muchos secretos! Mujeres aparte, esas musas japonesas son ante todo mujeres de arte, que dedican su vida a la práctica artística. Verdaderas damas de compañía japonesas, están encargadas de distraer a los clientes con el canto, la música y la conversación. Pero atención, ser geisha es una verdadera profesión, y ¡no la más fácil! Seguramente, te las cruzarás y las reconocerás durante tu viaje a Japón. Pero ¿dónde y cómo?
Aunque eran muy numerosas en los siglos 18 y 19, en los años 1980 sólo quedaban unas 17.000 geishas y su número sigue disminuyendo. Y pocas de ellas son profesionales. Hoy todavía es posible encontrar y hablar directamente con una geisha, más fácilmente en Kioto, donde se llaman geikos. Inténtalo por ejemplo en la callejuela de Pontocho o en el barrio de Gion por la noche, allí seguro que tendrás la suerte de encontrar a estas mujeres. Pero el lugar es muy turístico. También puedes asistir a uno de sus espectáculos en el Gion Corner Theatre de Kioto. Todo el año y todas las tardes, a las 18:00, presentan las numerosas artes que dominan, desde la ceremonia del té a la danza, pasando por la música y el canto. También es muy turístico, pero tendrás una oportunidad garantizada de ver a las geishas de Kioto.
Date prisa antes de que se conviertan una atracción turística y no en una costumbre. Y sobre todo, sé respetuoso, nada de fotos a menos que te hayan expresado su acuerdo explícito.
Pero, ¿cómo reconocerlas? No es tan fácil como parece. Efectivamente, cada vez más japonesas se disfrazan de geishas. ¡A veces las apariencias engañan...!
Las geishas tienen un traje - el kimono-, un maquillaje - blanco y rojo - y un peinado - un moño- impuestos que las convierte en mujeres que destacan.
Primero: ¡el kimono! Muy ajustado, como un corsé, de seda, evidentemente, y fabricado a mano (¡valen una pequeña fortuna!). Los colores del kimono se adaptan a las estaciones, y las jóvenes geishas llevan colores vivos mientras que las que tienen más de 30 años llevan colores más sobrios y menos llamativos. El kimono es tan ajustado que necesita de la ayuda de un hombre, el vestido, cuyo trabajo es ese, ayudar a enfundárselo. Se encarga de atar el tejido del kimono a su espalda con fuerza.
Pero el kimono por si solo no hace a la geisha. Pasemos al maquillaje y al peinado, a este blanco tan puro (asociado en Japón a la belleza), ese rojo tan vivo, ese negro tan oscuro. Un moño con el cabello negro y liso, realizado por un peluquero para una semana (¡por ellos las geishas duermen sobre un reposanucas!), o una peluca. Una maquillaje que evoluciona según la experiencia: al principio muy pesado, y después cada vez más sobrio. El rostro está tan blanco (gracias a una base de maquillaje elaborada a base de polvo de arroz), mientras que el labio inferior es rojo y el superior blanco (un poco más rojo con la experiencia). En cuanto al negro de las cejas, se refuerza.
La historia de las geishas empieza en el siglo 18, más precisamente en 1792, y surge de dos profesiones de las que estas mujeres tomaron el relevo o la tangente. Primero una profesión masculina, sus ancestros directos, los taikomochi, especie de bufones de la Edad Media versión japonesa, empleados para divertir con canto y música a los clientes que iban a los salones de té de la ciudad. Pero también una profesión femenina, las cortesanas, más cercanas a las prostitutas, que trabajaban en la calle o en casas cerradas.
Entonces se desarrolló el arte de las geishas. Las mujeres que se quieren convertir en geishas deben seguir un aprendizaje muy estricto de las artes tradicionales japonesas, canto, música, poesía, ceremonia del té, etc. Así, podrán distraer y acompañar a personas muy cultivadas, a menudo de la Alta Sociedad, que tienen, por tanto, expectativas muy elevadas. Durante los primeros años de formación, las geishas se llaman maikos.
Las geishas deben ser elegantes, refinadas y sofisticadas. Por encima de todo, deben dominar el arte de la conversación, indispensable para su profesión.
En 1779, tras muchas confusiones y una reputación manchada, el gobierno japonés tuvo que precisar la diferencia entre las prostitutas y las geishas: las primeras pueden tener relaciones sexuales con sus clientes, las geishas no. Efectivamente, muchas prostitutas, sobre todo las oirans, reivindicaban un estatus de geishas para atraer a los hombres.
Una vez diferenciadas de otras profesiones, las geishas vivieron en barrios reservados, los hanamachi o kagai. Allí, viven en una okiya, una casa regentada por una mujer, la encargada o okâsan (la madre) con la que contactan los clientes (¡no contactar nunca directamente con una geisha!); Viven con 5 o 6 geishas (solteras, obligatoriamente), niñas (futuras geishas) y ayudantes femeninas, además de un sirviente, que escolta a las geishas durante las noches y capta a los clientes. Hasta 1957, año de prohibición de la prostitución en Japón, también había una prostituta en cada okiya. Su estatus de trabajo también está reglado: horarios fijos, uniformes, código ético, remuneración, etc.
¡Aprovecha tu estancia en Japón para descubrir el universo de las geishas! Y si no tienes la suerte de encontrártelas, siempre podrás consolarte trayendo contigo lo necesario para celebrar la ceremonia del té o un instrumento musical - como el shamisen, instrumento de cuerda - para hechizar a tu allegados a su manera...