Hagia Sophia se alza majestuosa sobre la ciudad de Estambul y es, sin duda, uno de los monumentos más famosos del mundo. Hagia Sophia se construyó en el S. VI (d. de C.) y fue durante mucho tiempo el edificio religioso más grande del mundo. Durante casi mil años fue el centro de la vida religiosa cristiana de Oriente, hasta convertirse en mezquita tras la caída de Constantinopla en 1453. Fue desacralizada por Mustafa Kemal en 1931 y ahora alberga un museo que conmemora su historia excepcional.
Me quedé sin aliento al entrar a este imponente lugar, centro de la vida cultural y espiritual durante 1500 años. Sus paredes transmiten un mensaje increíble, una mezcla de las religiones cristiana y musulmana: un mosaico de Jesús con una inscripción en árabe y minaretes para completar un edificio tan bizantino. Visitarla es, lo mires por donde lo mires, imprescindible durante un viaje por Turquía.
En el barrio de Sultanahmet, me emocionó el esplendor de Hagia Sophia. Conocida por sus mosaicos y su arquitectura increíblemente variada, aun así la visita me decepcionó un poco , sobre todo porque no había información clara sobre lo que íbamos viendo. No pude apreciar la atmósfera del lugar, quizá también por el agobio de la gran cantidad de turistas. Por el mismo precio, me gustó más visitar el palacio de Topkapi, justo al lado, cuyas colecciones encierran auténticos tesoros.
Sin embargo, el plato fuerte de mi visita a Estambul fue cuando estuve en la esplanada entre Hagia Sophia y la Mezquita Azul justo en el momento de la llamada a la oración, que tiene lugar cinco veces al día. Los dos edificios están tan cerca que las voces de los almuédanos, más que resultar cacofónicas, se responden la una a la otra. Me quedé literalmente paralizada con la belleza de esta música. Fue un momento para recordar.