El problema cuando se decide visitar Etiopía no es desconocer lo que se puede ver y hacer allí, sino más bien: ¿cómo hacer para verlo todo?
¿Cómo elegir entre ir de excursión por las montañas de Simien, parque nacional de paisajes espectaculares, donde se pasa de un precipicio que puede alcanzar 1500 m de altura a valles repletos de especies endémicas de animales, o bien descubrir la Etiopía moderna en Addis Abeba, la capital: una ciudad en plena construcción donde se entremezclan rascacielos dignos de Nueva York con pequeñas chozas de madera, museos, clubes de Ethio-jazz y los antiguos barrios de Piazza y La gare?
¿Entre broncearse en las playas del lago Tana, el mayor de Etiopía, donde se puede observar a los pescadores recogiendo sus redes llenas de peces o visitar los nueve lugares inscritos en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO: las impresionantes iglesias talladas en la roca de Lalibela, la magnífica ciudad fortificada de Harar donde vino a vivir Rimbaud, las ruinas de la antigua ciudad de Aksum y el magistral obelisco monolítico?
¿Entre recorrer uno de los nueve parques nacionales en busca de paisajes y de animales salvajes: el parque de Awash ofrece vistas panorámicas desde lo alto del volcán Fentale, mientras que el de Gambela alberga elefantes, cocodrilos, leones, antílopes, hipopótamos, búbalos, monos... o pasar una noche inolvidable en un poblado Mursi, población seminómada conocida por los ornamentos que portan sus habitantes en los labios, en especial las mujeres, a las que se conoce como «mujeres plato»?
Y para terminar: ¿por qué no aventurarse por el extraño desierto de Danakil, situado a 116 m por debajo del nivel del mar, cuyo volcán está recubierto por una espesa capa de sal, coloreada con una asombrosa gama de colores debido al azufre, sal y otros minerales?