
Safranbolu se parece a las viejas ciudades europeas como Liège, Estrasburgo o Frankfurt. Si nada te lleva a detenerte allí, su calma y su arquitectura, lejos de la contaminación ruidosa de las grandes ciudades, justifica por completo esta etapa al sur del mar Negro.
La visita de Safranbolu comienza muy temprano por la mañana para cruzarse con los habitantes y hoteleros en la esquina de un callejón. La mayoría de las casas otomanas, renovadas por la UNESCO, comparten las mismas características arquitectónicas: las estructuras, de un blanco inmaculado, son sostenidas por vigas de madera, tanto en el exterior como en el interior. Todas ellas provistas de grandes ventanas, alcanzan 3 o 4 pisos hasta los tejados de pizarra. Si llegas a comunicarte con sus habitantes, te contarán con gusto la historia de sus casas: algunos edificios han sido ocupados con orgullo desde hace más de 300 años por la misma familia.
Los barrios son muy tranquilos, aparte del bullicio alegre de ciertas tiendas o mercados de souvenirs: pañuelos de seda que recuerdan los caravaneros, jabones y perfumes cerca de los baños turcos, puestos de azafrán (siempre cultivado en la región y del cual la ciudad toma su nombre) o incluso artesanía ofrecida por familias de herreros. Aquí, todo es una cuestión de patrimonio, transmitido a los hijos de generación en generación, ya sea arquitectónico, cultural o que se trate de un "saber hacer" ancestral.
En el momento de la visita a Safranbolu, es imperativo tomarse tu tiempo. Siempre me gustó pasearme con los turcos porque el ritual es casi el mismo, poco importa el lugar: elegir un objetivo, detenerse para beber un "çay" en el camino, degustar los gözleme o las delicias turcas una vez que has llegado (acompañados de un café turco), después emprender el camino de regreso parándose para una nueva pausa de té reglamentario a medio camino. Una buena mezcla de gastronomía, de turismo con una pizca de pereza, propia para relajarse.
Este recorrido es de todo punto aplicable a tus escapadas por la ciudad así como a la caminata hacia el acueductoncekara: desde la ciudad vieja, vete hacia el norte y cuenta con 1h30 para alcanzar las grutas. La carretera está bien trazada pero no forzosamente bien señalizada así que no dudes en pedir información a los paisanos en el camino... La vista a la llegada justifica totalmente "el esfuerzo" ¡y los cafés en la cima te reconfortan!
Si la caminata no conviene a tu empleo del tiempo o no goza de tus favores, visitar la gruta de Bulak es una alternativa muy buena. Busca un "dolmus" para dirigirte allí o vete en coche de alquiler. Situada a tan solo 15 minutos del centro de la ciudad, la gruta tiene dos entradas: la primera se termina en un sifón, al final de 30 metros de marcha. La segunda, la de los fósiles, se sitúa en la parte posterior de la colina y conduce a 300 metros de galerías, abiertas a los visitantes. Una excursión refrescante, ¡aunque el té llega enseguida!