Kizilçukur es de esos lugares que te costará olvidar, por mucho que lo intentes. Una falla en la meseta, una grieta en la que te caerías de pronto si no fueras mitando al suelo. En una extensión de 3 km, ese montón de picos de toba que la erosión ha hecho contundentes y que los estadounidenses llaman badlands, combinado con las chimeneas de hadas que dan fama a la Capadocia es un milagro paisajístico.
Entre los picos de Kizilçuku, además, el hombre ha marcado su camino plantando albaricoqueros, dando un aire de oasis perdido a los pequeños valles que serpentean por este bosque de cuchillos apuntando al cielo. Otro elemento clave del paisaje y que da nombre al valle es el festival de colores: ocre, rojo, anaranjado, blanco y verde. Recorrí esta maravilla de la naturaleza a pie. Tuve la ligera impresión de caminar sobre la luna iluminada por la luz mediterránea que la misma noche anterior desfilaba ante mis ojos antes de acostarme.