No quiero hablar mal de la ciudad, pero no puedo negar que Beirut no me dejó una muy buena impresión. Esto es achacable en parte a los conflictos que ha vivido desde la década de 1970, pero la ciudad también ha destruido ella misma algunos de sus barrios y monumentos más bonitos. Parcialmente destruidos durante la guerra del Líbano, los zocos fueron arrasados antes de convertirse en un centro comercial con aire acondicionado y sin alma (que el término "nuevos zocos" no te engañe, de zocos no tienen nada).
A no ser que te fascinen los paisajes catastróficos y el desastre urbano, es difícil encontrarle encanto a la capital del Líbano. La otrora bonita Plaza de los Mártires se ha convertido en un parking, y hay un rascacielos horrendo sin terminar que iba a ser el World Trade Center del Líbano.
Es cierto que el centro de la ciudad, incluyendo la Plaza de la Estrella, ha sido rehabilitado, pero casi demasiado para mi gusto: demasiado limpio, demasiado nuevo. Esta zona tiene un aire de vitrina turística artificial, con sus boutiques de marcas y sus restaurantes que te sirven una escalopa a la milanesa... No son exactamente las motivaciones que le llevan a uno a hacer un viaje a Líbano.
Afortunadamente, hay algunos sitios que compensan un poco esta dura realidad: la cueva de las palomas, accesible en barco, la Universidad Americana de Beirut y algunas zonas más auténticas como Achrafieh.
Me sentí bien recibido por los locales, todo sea dicho. Muchos libaneses son francófonos y francófilos, así que si te manejas en este idioma podrás acercarte a ellos. Le tienen mucho cariño a Francia. En general, te podrás formar tu propia opinión.