Envuelto en los vigorosos brazos del Himalaya y aislado por sus cimas, el «techo del mundo», como se le llama, es una tierra casi inaccesible. El Tibet, su historia reciente y la espiritualidad de sus habitantes son bien conocidos por los occidentales, y muchos se ven ya recorriendo sus lejanas tierras. Uno comienza a imaginarse un lugar donde el culto rige la vida, donde la rudeza de la naturaleza se muestra sin complejos o donde el pasado fija las uniones… ¡con razón! Uno se fascina por este país en el corazón del budismo, y se siente el pulso desde que pone el primer pie. Para entender el Tibet, hay que ir al encuentro de su pueblo, anclado en un culto religioso sin comparación. Hay que conocer la capital, Lhassa, y sumergirse en los barrios de Barkhor. Hay que bordear los lagos, perderse en la inmensidad de las mesetas tibetanas, remontar las cimas de las montañas, para descubrir a la sombra de una duna, uno de los varios monasterios aislados. Bienvenido al Tibet, país de las mil maravillas.