Durante la estancia en Bora Bora preferí disfrutar de la belleza natural de la isla y pasar de las típicas cabañitas sobre pilotes que ofrecen los hoteles. Así que me fui a los "motus". Tienen los mejores paisajes submarinos: ¡rayas y peces de colores a tutiplén!
Hay barcas que te llevan a bañarte en los puntos más bonitos de la laguna del arrecife. Las excursiones incluyen una comida típica tahitiana. Allí lo cocinan todo en hojas de plátano, ¡muy propio para degustar con los pies en remojo! También me recorrí la isla en bici. Es más fácil que con otros medios de transporte. Las carreteras son estrechas y están llenas de curvas. Puedes darle la vuelta completa a Bora Bora en solo una hora y media. Las fotos que hice por el camino son de una belleza muy fuera de lo común.
Bora Bora es un destino para quedarse solamente unos días. Aunque tiene paisajes que te dejarán sin aliento, la zona habitable es muy reducida. Por eso, es una isla donde no hay mucho que hacer.
Si quieres un cambio de aires y de ideas y desconectar del resto del mundo, Bora Bora es el destino que necesitas. Pero si te gusta el ajetreo de la ciudad, acabarás rápido tu recorrido por esta esquinita del paraíso.
Solo escuchar las palabras "Bora Bora" ya hace soñar... Una vez llegues al lugar, no te sentirás decepcionado. Esta isla paradisíaca ofrece todo lo que uno pueda imaginar: arena fina, cocoteros, transparente agua turquesa, peces multicolores, etc.
Recuerdo haber quedado fascinada por el espectáculo de mantarrayas en el Lagoonarium de Bora Bora, al este de la isla. Allí podrás nadar con todo tipo de mamíferos marinos, así como con tiburones. ¡Una experiencia inédita entu viaje a la Polinesia !
Es obligado hacer una visita al célebre restaurante "Bloody Mary" donde los pescadores llevan directamente las capturas del día. Guardo un grato recuerdo de los largos paseos por las colinas de la isla, que me permitían salir de los maltratados senderos y de las tiendas turísticas del paseo marítimo.