Lo primero que me impresionó al llegar a Levoca fueron sus impresionantes murallas defensivas que rodean toda la ciudad antigua. Una vez en el centro, con el olor a carbón saliendo de las viejas casas que aún no han sido restauradas, nos encontramos inmersos en el tiempo pasado, en el corazón de un cuento medieval, con las desiguales calles de adoquines, con pequeñas casitas de techos inclinados y numerosas iglesias alzando sus campanarios por encima de las casas.
El centro parece como si se hubiese congelado en el tiempo, aún poblado por muchos gitanos, y ofrece un ambiente un tanto adormecido a los viajeros. No hay muchos restuarantes, bares o cafés, sino un ambiente muy particular y poco común que hacen de Levoca una de mis ciudades preferidas durante un recorrido por Eslovaquia.