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Uzbekistán, mil y una noches, mil y un motivos

Por El Rincón de Sele, el

Uzbekistán, el corazón de la Ruta de la Seda. Tierra de intercambio de conocimiento y culturas, Uzbekistán encanta por su belleza oriental y por su historia. El viajero bloguero Sele nos cuenta más sobre este destino todavía desconocido, sus encantos, sus secretos.
Bukhara UzbekistánBukhara UzbekistánBukhara UzbekistánBukhara Uzbekistán

Imaginar la Ruta de la Seda como una mera red de senderos que durante siglos recorrieron los mercaderes para trasportar o vender tejidos, especias o joyas entre Oriente y Occidente es quedarse con sólo una faz de una realidad mucho más amplia. En las alforjas de los camellos y caballos, en aquellas largas jornadas de sol ardiente, sed y penurias,viajaba algo mucho más trascendente como era el saber.

El intercambio latente de conocimientos, culturas, tradiciones, ideas y mitos pesó en la humanidad mucho más que las monedas de oro obtenidas de las múltiples transacciones comerciales. Fue un primer atisbo de globalización, aunque sin internet de por medio. Sin duda un material intangible pero mucho más rico que la gema más grande y brillante que nunca se haya podido descubrir.

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El corazón de todo aquello estaba en Asia Central. Y no estaríamos para nada equivocados si designamos a Uzbekistán como el principal nudo de comunicaciones de esta genialidad histórica. Los nombres de Samarkanda, Bukhara y Khiva, ciudades situadas en este territorio, evocan la magia de un recorrido esencial para comprender los avances de la humanidad gracias precisamente a ese compartir de saberes de toda índole.

Sus cúpulas turquesas y madrasas, los espigados minaretes acariciando las nubes, esa red de caravasares que utilizaban para hospedarse los comerciantes de multitud de naciones y pueblos diferentes así como las galerías de los viejos zocos conmueven a los visitantes con su atmósfera milenaria. La misma que mucho tiempo atrás transmitieron en sus escritos Marco Polo, Avicena, Ibn Battuta o el español Ruy Gonzáles de Clavijo, testigos del que siempre fue mucho más que un viaje.

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Viajar a Uzbekistán se ha convertido en una manera efectiva y realmente inspiradora de acariciar panoramas urbanos y paisajes propios de “Las mil y una noches”. Donde la legendaria Agrabah de Aladino y la lámpara maravillosa se refleja en los callejones angostos o en las imponentes mezquitas de ciudades que sustentaron los pilares de territorios lejanos a los que consiguieron aproximar por medio del arte, la cultura, la ciencia y los inventos que permitieron seguir crecer al mundo.

El eje de ciudades Samarkanda-Bukhara-Khiva sigue siendo hoy día una trilogía inmune al paso del tiempo. Tanto ellas tres como la pequeña Shahrisabz, allá donde nacería el gran Tamerlán (Amir Timur, el Gengis Khan del siglo XIV), forman parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Todas ellas muestran lo mejor de la arquitectura timúrida, precedente de estilos que viajaron a posteriori a Persia o India.

Tashkent, la capital uzbeka, donde llegan la mayoría de vuelos internacionales, tiene una pose soviética demasiado evidente como para transmitir cierta atracción a los visitantes, aunque su gran mercado, Chorsu Bazaar, es motivo suficiente para que le demos una oportunidad. Desde allí además las comunicaciones con Samarkanda, Bukhara y Khiva son excelentes a través del tren de alta velocidad (español) que ha visto ampliar su recorrido en los últimos años.

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Samarkanda es el nombre, el imán de Uzbekistán. Sólo pronunciarlo impone cierto respeto y se suceden en la mente los textos de Marco Polo. Aunque, para ser justos, él jamás estuvo allí. Sí su padre y su tío de quienes narra también sus andanzas viajeras. Quien sí nos describió esta ciudad al detalle fue el castellano Ruy González de Clavijo cuya “Embajada a Tamerlán” es un documento histórico excelente para comprender el corazón de la Ruta de la Seda a comienzos del siglo XV. De ahí que este personaje, curiosamente olvidado por muchos españoles, tenga una calle importante en la ciudad, así como que uno de los barrios típicos de Samarkanda se llame precisamente “Madrid”. 

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La Plaza del Registán de Samarkanda por sí sola argumenta un viaje a este país. Ningún lugar como ella, puedo asegurarlo. Situarse en el centro de la plaza y hacer un recorrido con la mirada de 360 grados es la garantía de poder realizar un viaje a través del tiempo y comprender cómo aquel fue el corazón verdadero de la famosa Ruta de la Seda. Pero Samarkanda no sólo es su plaza con los grandes portones de las madrasas. También hay que destacar los mausoleos de Shah-i-Zinda o la impresionante mezquita de Bibi Khanum. Sin olvidar, por supuesto, Gur-e Amir, la tumba del poderoso Tamerlán, la cual se considera una de las antecesoras del mítico Taj Mahal de Agra (India).

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Samarkanda, aunque ha mantenido buena parte de los monumentos que la hicieron famosa, entremezcla maravillas con la antiestética de las urbes soviéticas. Curiosa mezcla que no posee, por ejemplo, Bukhara. Bukhara es quizás la más pura, vivida y auténtica que uno encontrará en Uzbekistán. Allí sigue habiendo vida en los bazares y contemplar cómo baja el último sol de la tarde en el complejo Poir Kalon, entre madrasas y su bellísimo minarete (que un día sirvió para arrojar a los condenados), o perderse en ese laberinto de murallas de barro, marca una de las experiencias más gratificantes de este viaje único. No conviene perderse otros lugares como Chor Minor (un edificio que parece una mezquita con cuatro minaretes) o la Fortaleza (Ark), cuyo interior narra buena parte de la historia de este singular país.

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La pequeña Khiva es la representación exacta del imaginario que existe sobre “Las mil y una noches”. Ese es, sin duda, el lugar de la perfección, la sede mística y mental de infinidad de cuentos que han viajado a través de los siglos saltándose cualquier barrera geográfica posible. Las murallas de esta ciudad se contonean como olas almenadas de adobe que no olvidan que aquí estuvo uno de los mercados de esclavos más importantes del continente asiático.

Pero además de estas tres ciudades, sumando a la ya mencionada Shahrisabz, existen otras muchas caras de Uzbekistán. Las ruinas arqueológicas de Tabriz (no demasiado lejos de Afganistán), las fortalezas corasmias en el entorno de Ayaz Kala que recuerdan a castillos de barro en el desierto, los campos de yurtas (en alguno de ellos se puede incluso pernoctar) o los barcos oxidados y abandonados de un Mar de Aral que se secó en su mayor parte por los truculentos planes que la Unión Soviética destinó para esta parte del mundo.

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De una forma u otra este país, que además es de los más seguros de la zona y querecientemente eliminó los visados turísticos para países de la UE para dejar atrás los tiempos en que la burocracia dictaba todo a base de colas y papeleos, está ahora mismo en uno de sus mejores momentos. Aunque todavía mucha gente a la que le vayas a contar que te vas de viaje a Uzbekistán piense que le estás hablando en chino mandarín. O, para ser más justos, en uzbeko.