Tanto si iba del norte al sur, de Varna hacia Sofia o a la inversa, mis amigos y anfitriones búlgaros me recomendaban una visita a Koprivchtitsa. Es cierto que está situada en el centro del país, pero sobre todo tiene un lugar especial en el imaginario de los búlgaros.
Estos pueblos construidos tras la reconquista a los turcos en un estilo entonces nuevo, que debía encarnar el espíritu de la nación búlgara, están diseminados por todo el país, y Koprivchtitsa, que atrajo desde su contrucción a los intelectuales nacionales, se encuentra en la cabeza de la lista. Efectivamente, sus obras arquitectónicas se encuentran entre las más refinadas del género. Sobre todo, esas casas medio meridionales, medio germánicas, mezcla de entramados de madera y tejas romanas, grandes vigas y balcones abiertos son extremadamente coloridas, con colores profundos, bellos, intensos.
A lo largo de sus callejuelas que remontan suavemente su bella colina, Koprivchtitsa sólo es bucolismo y turismo de memoria: tal escritor vivió aquí, tal compositor se inspiró allí. Una apasionante inmersion en la historia moderna del país. A pesar no ser un incondicional de los pueblos-museo, me pareció que Koprivchtitsa, que acoge durante todo el año a escolares y grupos de búlgaros en peregrinación, no carecía de ambiente ni se había quedado atrás en el tiempo. Todo lo contrario, su estatus le da un emulación constante, está viva, es alegre, sus cafeterías están llenas de turistas locales muy entusiastas. ¡Un imprescindible del turismo a la búlgara!