Al llegar a Ruse uno se siente de repente un poco fuera de lugar, como si hubiésemos dejado de golpe la arquitectura búlgara para encontrarnos transportados al siglo XIX en una de esas villas suntuosas de la Europa central. Ruse es denominada la« pequeña Viena », y se entiende porqué: su centro rebosa de imponentes edificios clásicos, grandes y opulentas plazas y largas avenidas flanqueadas de árboles.
Pero esta aparente riqueza no me ha convencido del todo, y Ruse no es una ciudad en la que quisiera quedarme. Por otra parte, tan pronto como uno se aleja del centro, se va encontrando rápidamente con un paisaje de enormes complejos soviéticos y sitios industriales. En suma, una interesante parada en el norte de Bulgaria que merece tal vez hacer un desvío.
Si bien los búlgaros la denominan "la pequeña Viena", su tamaño no es nada modesto, pero su arquitectura de Belle Epoque y sus jardines de construcciones vegetales perfectamente alineadas hacen pensar en que la influencia austriaca se ha transportado por el Danubio. Última gran ciudad del famoso río, Ruse ha sabido aprovecharse del comercio marítimo para enriquecerse y permanecer por más tiempo como capital del país.
No tenía planeado quedarme mucho tiempo en ese último bastión de la ruta hacia Rumanía, pero el que me recogió cuando hacía autostop insistía diciendo: « ¡Debes conocer Ruse, es la joya nacional! ». Me sorprendió su plaza de la Libertad que impone su presencia con su fuente y su formidable columna central, así que no puedo quejarme de nada. Fue la conclusión perfecta para un viaje por Bulgaria.