La pequeña carretera que lleva a Botiza me pareció como si me llevase al fin del mundo. Uno penetra en lo más profundo de la naturaleza, el asfalto se encoge y la naturaleza toma su lugar. Las verdes colinas forman un paisaje ondulado y, de repente, aparecen las primeras casas de esta aldea que cuenta con solo 5.000 habitantes, viviendo como en una autarquía, autosuficiente. Esta autarquía tiene seguramente algo de bueno, ya que los aldeanos de Botiza viven casi exclusivamente de los productos frescos de la tierra, lo que la convierte en un destino responsable.
La pequeña aldea cuenta además con algunas bellas iglesias y monasterios de madera y reserva, en verano, excelentes posibilidades de senderismo en las montañas que la rodean. Por todas estas razones, Botiza queda en mi recuerdo como uno de los destinos más memorables durante mi viaje por Rumanía.
Botiza es un pequeño y encantador pueblo rodeado de colinas y montañas. La serenidad el pueblo y la acogida de sus habitantes me conquistaron rapidamente. Tranquila y familiar, me sentí bien en Botiza.
En el centro de la ciudad hay una iglesia famosa, declarada monumento histórico, pues había sido construida en 1699 en Vișeu de Sus y fue trasladada a Botiza 200 años más tarde.
Durante mi viaje a Rumanía, de lo que más me acuerdo es de la gente a la que conocí. Hay muchas pensiones en el valle del Iza. En Botiza, nos alojamos en una casa típica rumana. Los que nos acogieron en su casa, adorables, nos mimaron culinariamente y nos aconsejaron rutas por los alrededores. Visitamos el valle de Sasului, agradable paseo durante la que podemos apreciar las viejas casas de madera rumanas, rústicas pero auténticas. Durante el camino encontrarás numerosos molinos de agua y alambiques. Una fuerte de agua salada te espera al final del "circuito".
Visitamos un aprisco, que conocía nuestro anfitrión, y guardo un bonito recuerdo.