En Voronet descubrí el estilo de los monasterios pintados de Bucovina-Moldavia. Reconozco que la primera vez que uno ve un monumento así, lo normal es quedarse alucinado. Frescos murales de colores con tonos azules, verdes, amarillos... Lo cubrían todo, desde el suelo a las paredes exteriores de la iglesia. Pero, ¿cómo hacen para mantenerlas tan bien que parecen nuevas, en una zona en la que no puede llover más? Esa fue la pregunta tonta que me hice.
Parte de la respuesta es que estas series de frescos de los siglos XV y XVI, donde destacan los de Voronet son uno de los grandes orgullos de Rumanía a nivel cultural y los monjes, e incluso los poderes laicos, se dedican a mantenerlos con esmero. Subir a la torre de la iglesia, admirar el arte pictórico, intentar descifrar las escenas bíblicas o las historias civiles que cuentan los frescos y entrar de nuevo a dejarse deslumbrar por los frescos interiores: ¡en eso consiste una visita a Voronet!