La desconexión comienza nada más llegar al aeropuerto. Llegué por la noche con una multitud de efímeros. El aeropuerto es muy animado. Tras el control de los papeles, las vacunas y las maletas, la acogida siempre es muy calurosa. Descubrir la ciudad, imprescindible durante unviaje a Burkina Faso, me sorprendió. Hay grandes avenidas asfaltadas y después pistas de tierra roja. Las casas, desde las más lujosas con piscina y guardián a las casas de tierra, están dispersas por todas partes.
Por la mañana, la ciudad se despierta muy pronto. Eso nos deja tiempo para descubrir las tiendas de barrio. Aprecié la visita al museo etnográfico lleno de leyendas, así como el museo de la música de Uagadugú. La enorme catedral ocre también es imprescindible. La sobriedad interior contrasta con lo que podemos conocer, sin olvidar los ventiladores para luchar contra al calor.
Fui en taxi a un pueblo de artesanos. Está preparado para los turistas, pero eso te permite adquirir piezas de calidad sin que te timen. Por la noche, la ciudad se anima y la música invade el monte bajo.