La visita del parque nacional de Timanfaya fue para mí uno de los puntos fuertes de mi estancia en la isla de Lanzarote. Los paisajes del parque son particularmente impresionantes y, personalmente, me impresionó bastante ese decorado. Pequeña explicación: el parque cubre una zona en la que ha habido muchas erupciones volcánicas seguidas de grandes coladas de lava, la última data de 1824. Una gran parte de la zona se compone de una inmensa extensión de lava solidificada que forma un pasaje un poco hostil y dominado por el negro.
Para visitar el parque, puedes hacer excursiones en autobús para ir a ver los volcanes o pasear a pie por los circuitos, bastante cortos, guiados o no. Para los que quieren una experiencia insólita, también puedes dar una paseo a lomos de un dromedario.
Me fascinaron por completo los paisajes de lava y piedra volcánica de Lanzarote: fueron una auténtica sorpresa ya en el primer día de visita en la isla. Al adentrarse uno en el Parque Nacional de Timanfaya, este sentimiento se acrecienta intensamente. Al ver un tropel de camellos llegando me pareció estar alucinando. Aunque ver camellos allí es algo totalmente normal, pues se suele ofrecer a los turistas la posibilidad de hacer recorridos a lomos de estos animales.
La visita al parque de Timanfaya es realmente increíble. Sólo hubo algo que me gustó un pelín menos... era obligatorio hacer el recorrido de la "Ruta de los Volcanes" por el parque en autocar. Aun con esto, he de reconocer absolutamente que me impresionó de verdad todo, mientras circulábamos por una ruta que atravesaba un auténtico mar de lava.
Fue entonces cuando uno de los guardias del parque derramó un balde de agua en un hoyo en la tierra; al ver cómo el agua salía violentamente en forma de vapor, me di cuenta de, aun después de los casi 300 años tras la gran erupción, la temperatura seguía siendo muy alta a pocos metros bajo mis pies. Y fue entonces cuando comprendí a la perfección el motivo de haber dado a este parque el sobrenombre de "Montañas del Fuego".