Hacía más de dos horas que había salido de Cayena y de momento no había visto nada más que bosque. La carretera sigue hasta Saint-Georges-de-l'Oyapock, pero por antojo decidí parar en este pueblo. Con tan solo algunas calles junto al río Approuague y poquísima gente, tuve la sensación de haber viajado en el tiempo.
Voy caminando hacia el río, donde toda la población está en el mercadillo. Había fruta, verdura, flores y una mujer joven que vendía nems y otros productos asiáticos. Me dio a probar lo que había preparado y me dijo con picardía que el pueblo estaba lleno de sorpresas. En efecto, me topé con un artesano chocolatero que utilizaba una variedad de cacao que solía elaborarse en la comunidad en el pasado.
Visité el ecomuseo municipal de Approuague – Kaw, ubicado en una magnífica casa criolla rehabilitada. Me gustaron sobre todo los carteles que explicaban la actividad silvícola de la región en el siglo XIX. La serrería estaba muy bien conservada, y la visita me permitió comprender mejor la transformación de los troncos en madera de construcción.
Régina, una parada que hice por casualidad, al final fue muy emocionante y estuvo llena de sorpresas.