Jönköping no es la ciudad con más encanto de Suecia y destaca principalmente por su industria y su universidad internacional.
Sin embargo, disfruté descubriendo la iglesia central de la ciudad, aunque no me dijeron nada el resto de edificios. Considero que Jönköping no tiene nada especial, aunque su historia sigue resultando interesante. Me interesa especialmente su estrecha relación con la industria cerillera. Si también te interesa eso, debes saber que existe un pequeño museo dedicado a ese tema y que resulta insólito y muy cautivador.
Además, la ciudad de Jönköping tiene la suerte de estar situada a orillas de un lago importante: el lago Vättern. Si la ciudad no te ha parecido gran cosa, puede resultar muy placentero pasearse por el lago para reconciliarte con el lugar.
Este pueblo me pareció típicamente sueco, en el sentido en que me encontré con un lugar con un alma, lleno de carácter. Ni demasiado grande ni demasiado pequeño, siempre hay un pequeño lugar para descubrir, a la vuelta de una calle de adoquines; el mercado lleno de color y con buenos productos de la tierra, los pequeños pueblos de los alrededores...
Jönköping me gustó porque está rodeada de naturaleza, con el lago y el bosque cercano. La ciudad está bien comunicada por las redes de autobús y de tren, que permiten admirar el paisaje.
La visitamos durante el invierno, cuando el frío es verdaderamente intenso (hasta -15 ° C), pero, al menos, podíamos reconfortarnos en los interiores: los cafés son muy acogedores y confortables, con velas, cojines, pasteles... ¡Apetece quedarse en ellos durante horas! ¡Y las iglesias son muy cálidas!
En cualquier caso, Sofiakyrkan, la iglesia de Sofia lo es. Entré para admirar su decoración interior -verdaderamente grandiosa-, y me conquistó la belleza del lugar, el calor, el té y ¡pequeños pasteles disponibles para darse un gusto!
En resumen, una bonita ciudad a escala humana, con un gran número de actividades culturales y naturaleza, además de la grata presencia del lago Vättern.