Esta isla del archipiélago canario es bastante turística, pero aún conserva su exclusivo carácter. Desde extensiones de roca escarpada hasta las de arena fina o plantaciones de higueras o viñas... la variedad en sus paisajes minerales parece no acabar. El predominio de las tonalidades ocre en la isla fue el que hizo que sus antiguos habitantes aborígenes la denominaran "titerogakaet" (que significa "la isla quemada"), antes de tomar su nombre actual.
El clima templado de Lanzarote es ideal para el trekking; sin embargo en verano, no contéis con ninguna sombra de árboles que os cobije, ya que en la isla no hay precisamente muchos de ellos. La subida hasta la cima del Volcán La Corona (609 metros), la más alta de la isla, se inicia desde el pueblo de Yépor una pendiente bastante suave. Se tarda aproximadamente dos horas y media en cubrir el trayecto, que es de 2'7 kilómetros. Ya en la cima se puede disfrutar de toda una ofrenda multicolor de la naturaleza, entre el océano y las coladas de lava.
Las rutas de senderos que recorren el volcán de La Corona y sus alrededores ofrecen diferentes puntos de vista de la isla de Lanzarote, y si subís por sus laderas veréis unas panorámcas de la isla en cualquier dirección.
Yo creo que estos senderos son bastante fáciles y accesibles, por lo que cualquier persona podrá recorrerlos, incluso los niños.
Podréis dejar el coche aparcado en Yé, el pueblo que es el punto inicial de la ruta (por cierto, os digo además que para recorrer la isla será imprescindible que tengáis coche). Durante el recorrido aprovechad para observar la agricultura típica de la isla, que son viñas e higueras. Cuanto más alto subáis, veréis menos fauna y flora, apenas unos líquenes que sobreviven en la altura.
En cualquier caso y sin dudarlo, creo que el Volcán de la Corona es punto de visita obligada en Lanzarote. Eso sí, como en otros casos, aquí también os aconsejo que llevéis un buen calzado de montaña para que disfrutéis al máximo de esta caminata.