Mi viaje por Lanzarote comenzó en Playa Blanca, tras bajar allí del barco procedente de Fuerteventura. Admito que sentí cierto shock, tras varios días de caminatas en plena naturaleza. Este no es el peor lugar de las islas Canarias; más aún, al contrario, sólo sentía ganas de salir rápidamente a conocer la isla.
A grosso modo, Playa Blanca se resume en pocas calles llenas de establecimientos donde se vende de todo y de nada: tiendas, boutiques, restaurante, bares, discotecas, alquiler de vehículos... todo ello a lo largo de una playa que no es la más hermosa de la isla, pero tampoco es fea. Al contrario, quienes viajan allí en familia quizás si encuentren un sitio adecuado para ellos.
Pasé dos días en Playa Blanca al llegar a la isla. Mi opinión al respecto está dividida. Siendo la última localidad costera desarrollada den Lanzarote, alberga en su principal avenida toda la oferta posible en servicios turísticos: pubs sitiados por británicos, restaurantes sin mucho encanto, tiendas de souvenirs fabricados en China... Todo gira en torno al turismo de masas.
A este pueblo apenas le queda vestigio alguno de su pasado como pequeño puerto pesquero, aparte del embarcadero para los enlaces con Fuerteventura y Lobos. Se construyó un nuevo puerto deportivo para atraer aún más turistas.
A mí no me atrae en absoluto este tipo de turismo, pero he de admitir que me encantaron las playas de arena blanca, protegidas del viento y de aguas tranquilas sin olas, algo que ni siquiera sucedía en Playa Papagayo, que está a muy corta distancia de allí.