Fueron mis amigos israelíes los que me descubrieron el Makhtesh Ramon durante mis primeras visitas a Israel. Como son amantes del senderismo y de las actividades al aire libre, tenían por costumbre proponerme que les acompañase cada vez que se iban de excursión. En estos 20 años de vida, creo que lo que más me impresionó del lugar fue esa extraña sensación que me provocó el silencio absoluto que reina allí. El silencio es tal que se vuelve ensordecedor. Aparte del silencio, hay algo mágico en avanzar por este cráter tan grande como para darte una impresión de inmensidad, pero tan pequeño como para que puedas ver sus límites.
Los senderos de la zona valen mucho la pena, pero hay que ir bien equipado, hacerse con algunos mapas especiales para senderismo e informar a alguien de adónde vas a ir y de dónde sales. Para los menos aventureros, también es posible admirar la belleza del Makhtesh Ramon dando un paseo a lo largo del acantilado que se encuentra a los pies de la ciudad de Mitzpe Ramon, lugar en el que se han construido varios puntos de observación.