Durante mi viaje por Bolivia, paré en el pueblo minúsculo y miserable de Colchani.
El pueblo está ahí plantado, como perdido en mitad de la nada. La única forma de sobrevivir allí es trabajar la sal. En una de las casas de ese pueblo, aprendí como se elabora el oro blanco. Primero se seca en una placa al fuego y, después, los granos gruesos se muelen y se meten en sacos. Todo se hace a mano. Es un trabajo duro, pesado y, por supuesto, se paga una miseria.
Aunque al llegar me pregunté por qué nos habíamos parado allí, al final terminó por conmoverme la increíble vida de sus habitantes. Después llegó el momento de retomar nuestro camino, dejarles con su día a día duro y miserable y salir a ver las maravillas del Salar.
Colchani es una pequeña aldea situada en los límites del salar de Uyuni. Es, por otra parte, una de sus principales puertas de entrada.
Por lo demás hay que decir que no hay gran cosa que ver en Colchani. Los turistas se concentran en la única atracción de la aldea: el museo de sal. Los habitantes de Colchani, que son unos 580, viven de la extracción de sal, de la agricultura, de la cría de ganado, de la artesanía y, por supuesto, del turismo. Se estima que se extraen 20.000 toneladas de sal por año y que el 90% de dicha sal se destina al consumo humano.
En este pueblo en el medio de ninguna parte, las comodidades son rudimentarias y los cortes de electricidad y agua son corrientes. Es imposible no sentir tristeza ante las difíciles condiciones de vida de sus habitantes. No olvidemos que Bolivia es hoy día uno de los países más pobres del mundo.